Cuando empecé a escribir tuve en mente publicar libros que sirvieran a las personas para mejorar sus vidas y las consolaran. Quería ser una voz de aliento, llevar esperanza.
Estaba en una cafetería y escribí sobre una servilleta estos títulos:
Para ser Santo
El Camino del Perdón
La Ternura de Jesús
Para Encontrar la Paz
Ya tenía los títulos de mis 4 primeros libros. Me tocaba sentarme y escribirlos. La parte más difícil ya que nunca había hecho semejante hazaña. ¿Cómo hacerlos?
Una vez te conté: “Si quieres llevar a Dios, debes llenarte de Dios”. Y fue lo que procuré hacer. En mis visitas al santísimo en los sagrarios, en mis ratos de oración, la Misa diaria, confesión frecuente.
Fue entonces que, inocentemente le dije a Dios: “Yo escribo, tú toca los corazones”. Fueron palabras que me nacieron del alma.
Comprendí que Jesús nos quiere puros, con el alma limpia, para que llegado el día veamos a Dios.
Llegó a mi corazón aquél bello poema de santa Teresa de Jesús, anhelos del cielo, de estar con Él una eternidad:
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Ese día me senté a escribir y empecé mis libros. El primero fue “la Ternura de Jesús”.
Suelo decir que si Jesús tuviera otro nombre yo le llamaría “Ternura”.
El Evangelio está lleno de ejemplos que lo retratan de cuerpo entero: Compasivo, valiente, justo, sabio, franco, santo, bueno, amigable y tierno.
“Sintiendo compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio.» (Marcos 1, 41)
Recuerdo que lo escribí orando, ofendiendo a Dios cada momento, pidiéndole que lo convirtiera en oración. El momento en que coloqué el último punto fui al sagrario y le llevé la buena noticia a Jesús. Me sentía regocijado, feliz, era como decirle: “He cumplido lo que me mandaste”.
¡Que ingenuo! En ese momento no lo sabía, apenas estaba empezando. Doce años han transcurrido y aquí sigo, escribiendo.
“La Ternura de Jesús” es un canto a su Amor.
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