De alguna forma Jesús ha conquistado mi corazón. Y no me importa clamar al mundo que le quiero. Que es mi mejor amigo.
Todos los libros que he escrito, al final son uno solo y dicen lo mismo:
“Te quiero Jesús y Confío en ti”.
Cuando empecé a buscarlo con toda mi alma, me llamaron “naif” (ingenuo) “tonto”, “bicho raro”. Para alguien orgulloso como yo, fue muy duro. Muchas veces quise devolver la ofensa, pero seguí adelante.
Buscaba un camino que me llevara a la verdad. Y me di cuenta que la travesía sería larga.
Había leído este pasaje de las apariciones de la Virgen en Fátima. Lucía cuenta:
“Le ofrecí dos perfumes que las personas me ofrecieron y ella me dijo: Eso no sirve de nada en cielo”.
Y recordé estas palabas:
“No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón…” (Mateo 6, 19-21)
Tenía frente a mí un gran tesoro por descubrir. Sentía que Jesús me llamaba:
“Claudio, ven”.
Y yo quería ir tras sus pasos, pero no sabía bien cómo hallarlos. No me sentí digno de esta búsqueda. La verdad es que nunca me he sentido digno de una gracia tan singular.
Algunos años atrás ayudé a un sacerdote como Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión. Salía de misa un Jueves Eucarístico. El buen padre Lamberto me llamó para decírmelo. Me impresionó mucho. “¿Tocar a Jesús con mis manos de pecador?”, pensé. Y me negué.
“No puedo”, le dije.
Me preguntó el motivo.
“No soy digno”, le confesé.
Sonrió amablemente, y me explicó:
“Si de dignidad se trata nos vamos todos para nuestras casas, Claudio, porque nadie es digno”.
En ese momento comprendí que todo es gracia y Misericordia de un Dios bondadoso.
Solía llegar con tiempo a la Eucaristía, iba feliz. Me asomaba al oratorio donde estaba Jesús en el sagrario, le bromeaba y cuando estábamos solos le recordaba que le quería.
Cada vez que levantaba la hostia consagrada para dar la comunión, me encantaba decirle:
“Te quiero Jesús”.
Nunca dejó de sorprenderme. Es maravilloso tener la oportunidad de estar en su presencia.
Me percaté lo solo que en ocasiones se siente en los sagrarios de las iglesias.
¿Te animarías a acompañarlo?
Si vas, dile que” le quieres”. Y si te acuerdas de mí, mándale mis saludos.
“Claudio te manda saludos Jesús”.
¡Dios te bendiga!
……
Te dejo con esta hermosa canción Eucarística.