Desde que era un niño me encantaba pasar ratos de esparcimiento con un libro en la mano. Últimamente disfruto mucho leyendo la vida de los grandes santos de nuestra iglesia porque me enseñan la perseverancia, a levantarnos cuando caemos, a no tener miedo a las asechanzas del demonio y a llevar una vida de oración y santidad, en la presencia amorosa de Dios, nuestro Padre.
Cuando lees sus vidas de pronto encuentras momentos sorprendentes y cruciales en los que sus ángeles custodios intervienen de forma patente. A algunos santos, incluso les sirvieron de apoyo en sus enfermedades y hasta de mensajeros en cierta ocasiones.
Es impresionante la relación y cercanía que tuvieron con sus Ángeles de la Guarda.
No estamos solos en nuestro peregrinar por la tierra. Dios, en su infinito amor de Padre, nos ha asignado a cada uno un Ángel Custodio. El Catecismo de nuestra Iglesia nos dice: “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida”.
Jesús sorprende con estas palabras: “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 18, 10)
San Josemaría Escrivá tenía un gran cariño y una particular relación con su Ángel Custodio y aconsejó: “Ten confianza con tu Ángel Custodio. – Trátalo como un entrañable amigo –lo es– y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día”.
Mi relación con mi Ángel Custodio no ha sido fácil. Le ha dado algunos dolores de cabeza y él ha tenido que intervenir a menudo, para solucionar muchos percances. A esta altura de mi vida, hago un alto, miro hacia atrás, veo muchas circunstancias difícil que tuve que atravesar y observo asombrado que muchos problemas se solucionaron de forma inexplicable, mientras yo oraba y pedía a Dios que me ayudara.
Le sonrío agradecido a mi Ángel Custodio y le digo asombrado: “Sé que fuiste tú. ¡Muchas gracias!”.
Durante esta terrible Pandemia en que nos encerraron en nuestras casas, en cuarentenas obligatorias (en Panamá fueron casi 6 meses) mi Ángel Custodio me ha hecho grandes favores. Lo envié con frecuencia a visitar un Sagrario cercano a mi casa, para que acompañara a Jesús Sacramentado. Veía a Jesús tan solo en los sagrarios, sin nadie que le hiciera compañía.
“Anda, ve donde Jesús, hazle compañía,”, le urgía, “y dile que le quiero”.
Estoy seguro que ha hecho bien y con mucho esmero y cariño, estos mandados.
Tengo un Ángel estupendo. Pocas veces le he agradecido. Y escribo estas palabras como un gesto de agradecimiento por su amistad y compañía.
“Ángel de mi guarda, dulce compañía
no me desampares ni de noche ni de día.
No me dejes sólo que sin ti me perdería”.