Cada año la Navidad es diferente. Esta vez a algunos les tocará celebrarla alejados de los seres amados, sin poder estar cerca, por la Pandemia que azota al mundo.
Otros añorando a sus hijos que han crecido y abandonado el nido. Desde el principio Dios lo dispuso así: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne.” (Genesis 2, 24)
Los hijos son un don de Dios. Están prestados para que los cuidemos y les inculquemos valores, la fe, y los llenemos de esperanza y el deseo de ayudar al prójimo. Que sean personas de bien.
Cuando los hijos se van podemos mirar al pasado y sonreír agradecidos a Dios.
Cuando los hijos se van todo cambia, la casa se llena de silencios y bellos recuerdos.
La Navidad nos acompaña en esos momentos para llenarnos de gozo y paz y trae algo más. Es mucho más. Dios ha nacido en medio de la humanidad, como uno más. Si lo piensas, esa alegría debe bastar para llenar tu hogar de algo especial.
Este año en que mucho hogares celebrarán la Navidad sin sus seres queridos, otros en cuarentena y algunos con grandes preocupaciones, acoge al pequeño Jesús en tu corazón. Pídele que te ayude a superar las dificultades y que te llene de esperanza, serenidad, y presencia de Dios.
Él te dará las fuerzas que necesitas, la alegría de saberte hijo amado por Dios. Y comprenderás que hay momentos en que debemos ser menos carne y más espíritu Mirar hacia el cielo y dar gracias a Dios por los grandes dones que te dio, empezando por la vida misma, porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.
Dios te ha dado tanto… es buen momento para hacer un alto y agradecer los hijos, la familia, la oportunidad de hacer grandes cosas por los demás. Es un buen momento para que, a pesar de todo, podamos ser felices, llenarnos del gozo de su Amor y nos esforcemos en esparcirlo por el mundo.
En días como hoy me gusta agradecer a Dios por tanto amor con nosotros y rezo esta bella oración del Cardenal Newman sabiendo que es hora de dar, más que recibir, de darnos a los demás:
Jesús mío: ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya;
inunda mi alma con tu espíritu y tu vida;
llena todo mi ser y toma de él posesión
de tal manera que mi vida no sea en adelante
sino una irradiación de la tuya.