Esta mañana mientras bebíamos café le comenté a mi esposa Vida que me sentía un poco distante de Dios. Charlamos un rato y como siempre, me contó historias y algunas de las lecturas que suele hacer, dándome ejemplos de cómo podemos encontrar a Dios en lo simple, lo cotidiano.
Buscamos a Dios complicándolo todo. Y terminamos sumergidos en un laberinto sin salida. A mí me ocurre a veces que salgo en su búsqueda y encuentro una primera distracción, algo sencillo y me quedo allí, estancado. Luego levanto la mirada, veo el sendero y me dispongo a partir nuevamente en su búsqueda. Preparo el equipo, me hago propósitos y doy los primeros pasos. Entonces otra distracción y otra vez me detengo.
¿Te ha pasado? La vida es tan complicada que los problemas de cada día te arrastran y cuando te percatas ya es de noche, se fue el día y no tuviste un momento con Dios.
A mí me gusta saludar al buen Dios cada mañana al despertar.
Mi primer pensamiento siempre es para Él. Apenas abro los ojos pienso en Él y le agradezco la oportunidad de un nuevo amanecer, la gracia que nos da para poder continuar y vencer obstáculos, su amor que todo lo envuelve porque…
“El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: “Porque somos también de su linaje.” (Hechos 17, 26-28)
Me encanta esta parte: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”.
Dios sustenta nuestras vidas. ¿Qué haces con este “don” que se te ha dado?
Desde niño he tenido la certeza de su presencia amorosa en mi vida. Nunca pensé que el mundo me alejase de Él.
Un buen día despiertas y te das cuenta que necesitas de Dios, que te has alejado de su presencia y su amor. ¿Qué hacer en estos casos?
Cada cierto tiempo me pasa. Me siento como un bote a la deriva. La corriente me aleja de la orilla y quedo en alta mar.
En esos momentos de soledad ante Dios que me ve y me llama “Hijo”, despliego las velas de mi alma y dejo que Él sople y me lleve donde quiera.
Esto se llama “santo abandono”. Te abandonas en su voluntad que es perfecta y le ofreces todo, lo bueno y lo malo, lo que tienes y lo que haces.
El propósito, el sentido de tu vida se comprende cuando buscas a Dios.
Dios te llama, ¿qué responderás?
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