Estoy seguro que has tenido la experiencia de verte sumergido en las terribles vicisitudes de la vida. Todo se complica, llega adversidad y usualmente viene acompañada de problemas. Me ocurre con más frecuencia de lo que imaginas.
Una lectora de mis libros y de estos artículos que publicamos en Aleteia me escribió para comentarme: “Seguro usted por la forma como escribe no tiene que pasar por los problemas que el resto de los mortales enfrentamos. ¿A qué se debe?” Sonreí por esta ingeniosa y bien intencionada pregunta.
“No estoy exonerado del sufrimiento ni de las dificultades, al contrario”, le escribí. “La vida es así. En mi caso, veo en cada problema una oportunidad para aprender algo nuevo y procurar ser mejor como persona.”
Ella no lo sabía, pero en ese momento me encontraba en una encrucijada, sin saber cómo salir de ella. Me había abandonado en las manos paternales de Dios y esperaba. Es lo que suelo hacer, orar y esperar confiado que Él haga algo. Y por lo general así ocurre. Es un Padre estupendo.
He aprendido que cada situación cada problema, cada dificultades trae consigo una “enseñanza de vida“, algo que debo entender. A veces es la humildad que tanto me cuesta, otras veces es para la confianza plena, en ocasiones para hacer el bien a los que me rodean o vivir con espíritu de plegaria y dedicar más tiempo a la oración que tanto abandono y a la lectura de la Palabra de Dios.
Mi papá era hebreo y se convirtió al catolicismo meses antes de morir. Le gustaba mucho leer. Tenía un libro en particular que nunca abandonó y llevaba siempre consigo, sobre todo en sus visitas al hospital.
Cuando partió al Paraíso mi madre me lo entregó. Lo abrí sorprendido y ojeé sus gastadas páginas. Me percaté que estaba todo subrayado.
Había páginas del libro el que estaban subrayadas doblemente, con flechas, rayones gruesos, con todo lo que puedas imaginar. Estas marcas eran para señalar una reflexión o un pensamiento que llamó su atención. Había una página en particular que me impresionó.
Él murió de un cáncer muy doloroso. El libro es la Imitación de Cristo, escrito por Tomas de Kempis. Me impactó tanto que me aprendí de memoria su contenido. “Por qué temes tomar la cruz que conduce al Reino? En la cruz está la salvación, en la cruz está la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz hay una infusión de suavidad sobrenatural, en la cruz está la fortaleza del alma, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está el compendio de toda virtud y en la cruz está la perfección de la santidad. Sólo en la cruz hay salvación para el alma y esperanza de vida eterna.”
Dios desea que confíes en Él, pues como un Padre amoroso jamás permitirá algo que no sea para tu bienestar espiritual.
De pronto comprendes que lo que Dios quiere es que al final de nuestros días podamos presentarnos en las puertas del Paraíso con las manos llenas de buenas obras hechas con amor y misericordia. Y que al momento de abrirnos las puertas pueda decirnos: “Bienvenido hijo mío, te estaba esperando desde la eternidad”.
¡Ánimo! Dios va contigo. Todo saldrá bien.