Cada domingo madrugo para visitar a Jesús en el sagrario. No es ningún sacrifico, al contrario, si supieras la ilusión que me da saber que se acerca el domingo. Es nuestro encuentro personal. Solos Él y yo, un rato que no puedes pagar, en el que abundan las gracias.
Llego cuando abren la iglesia y me da la oportunidad de estar con Él una hora antes del rosario y la eucaristía.
A eso de las 5:30 a.m. empiezan a llegar adoradores al oratorio. Llevo un listado conmigo de personas que me piden: “Cuando vaya a ver a Jesús don Claudio pídale por mí”.
Hoy es sábado, son las nueve de la noche. Elegí esta hora para escribirte y contarte lo de mañana. Ya me estoy preparando.
Cuando llego me gusta sorprenderlo, sé que eso puede parecer imposible, pero él ve el gesto, la intención, mi deseo de hacerle sonreír.
Mientras estoy con él, me gusta repetirle la oración del padre Pío.
Quédate, Señor, conmigo, porque es necesaria tu presencia para no olvidarte. Sabes cuán fácilmente te abandono.
Quédate, Señor, conmigo, pues soy débil y necesito tu fuerza para no caer muchas veces.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi luz y sin ti estoy en tinieblas.
Quédate, Señor, conmigo, porque eres mi vida y sin ti pierdo el fervor.
Quédate, Señor, conmigo, para darme a conocer tu voluntad.
Quédate, Señor, conmigo, para que oiga tu voz y te siga.
Quédate, Señor, conmigo, pues deseo amarte mucho y estar siempre en tu compañía.
Quédate, Señor, conmigo, si quieres que te sea fiel.
Sobre todo, le repito esta última parte:“Quédate Señor, conmigo, si deseas que te sea fiel”.
Suelo recomendarle a todo el que me pide algún consejo que visite a Jesús en el sagrario. Él tiene todas las respuestas.
Cada vez que tengo un problema y no puedo solucionarlo acudo a Jesús. Nunca he salido sin una respuesta.
Recuerdo impresionado, hace un par de años, que salía del trabajo por la tarde, con problemas enormes a los que no encontraba solución. Conducía el auto, pasaba frente a una iglesia y como no podía quedarme, bajaba el vidrio del auto, disminuía la velocidad y le gritaba desde el auto:
“Te quiero Jesús. Te dejo este problema. Es tuyo”.
Al día siguiente de maneras insospechadas se resolvían. ¡Era increíble!
Pasaba entonces a verlo y agradecerle tanto amor y tanta bondad.
¿Te puedo pedir un favor? Cuando vayas a verlo dile que Claudio le manda saludos. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
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