Me pasa que no soy santo, me equivoco, ofendo a Dios. Conduzco el auto y de pronto paso cerca de una Iglesia. Allí está Jesús, mi mejor amigo, en el sagrario.
Como Adán solemos escondernos de Dios, cuando hemos pecado y Él, aun sabiéndolo, sale a buscarnos y nos recibe con sus brazos abiertos. Cuando amas de verdad, abrazas y perdonas.
Esta mañana me ocurrió. Me pareció que Jesús me decía:
“Eh Claudio, pasaste de largo, ¿vendrás a verme?”
Es imposible decirle que no, cuando te pide algo. Él es así. Cierro los oídos, quisiera confesarme primero antes de entrar en aquél oratorio donde se encuentra Jesús en el sagrario. Pero acepto.
“Está bien Señor”, le digo, “iré a verte”. Y me devuelvo hacia aquella bella iglesia donde sé que Él me espera.
Me asomo sonriendo desde la puerta antes de entrar y le digo:
“Te prometo que me confesaré tan pronto pueda”.
Y siento como si de alguna manera me respondiera:
“Vamos bribón, entra ya, que te conozco y quiero estar contigo. Somos amigos, nunca lo olvides”.
Casi me río por esta ocurrencia y entré al oratorio. Nos quedamos en silencio, uno frente al otro. Jesús y yo. De pronto sentí que me preguntaba:
“Me gustaría darte una gracia, si pudieras elegir, ¿cuál me pedirías?”
Me pareció genial y mi menté voló junto a mi imaginación, sabiendo que, para Él, nada es imposible.
Podría pedir la felicidad, o que nunca me falten recursos para sostener a mi familia. De pronto pensé en la sabiduría que te abre puertas y caminos. Me gustaría también el “discernimiento” ya que en ocasiones meto las patas por no discernir y actuar a la ligera. ¿Y si pidiera la facilidad para perdonar? Sería estupendo.
Salí de aquél oratorio confundido y caminé un rato afuera de la Iglesia de Guadalupe, en calle 50, de Panamá. De pronto me llegó a la mente una palabra, simple, llana, que juntaba todos mis deseos y anhelos y que me permitiría alcanzarlos:
“AMAR”.
“¡Eso es!”, me dije emocionado. “Le pediré una pizca de su amor para amar y perdonar y comprender y darme cuenta de lo maravillosa que es la vida, a pesar de tantas dificultades.
Me devolví y entré de vuelta al oratorio:
“Quiero amar, Jesús. A los que me ayudan, los que me aprecian, y a los que me hacen daño. Sobre todo a ellos. Porque si amo seré capaz de perdonar, abrazar, y seguir adelante con mi vida. Enséñame a amar como Tú”.
Me acerqué al reclinatorio, cerré mis ojos y oré largo rato, en paz, con la certeza que sería escuchado.
¡Qué bueno eres Jesús!
……….
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