Buscar a Dios parece un camino solitario. Te conviertes en un ser incomprendido. Un “Bicho raro”. Pero eres feliz.
El mundo con sus preferencias te señala y aísla. La verdad es que en ocasiones uno se desanima y hasta enfurece con uno mismo. Te preguntas si te has equivocado. Y es que no ves con los ojos del alma. Sino que todo lo razonas con la mirada temporal y anhelas los bienes de la tierra. Yo soy de los muchos que han vivido apegados a los bienes materiales, olvidando mi alma inmortal. La vida te arrincona y el mundo te seduce y quieres ir tras él.
Hasta que algo ocurre y te cambia…
He visto personas que siempre fueron activos independientes, exitosos y de pronto enfermaron, sus cuerpos se debilitaron y para todo dependen de los demás, hasta en las actividades más sencillas. Es una situación dolorosa verte indefenso y débil.
Esta caída de alguna forma te abre los ojos adormecidos del alma y empiezas a ver el mundo diferente. Cualquier pequeño gesto que tengan contigo, desde acomodarte la almohada debajo de la cabeza, hasta darte de comer con cariño, te produce una comprensión sobrenatural de lo que realmente tiene valor.
De pronto retornas a la oración y empiezas a valorar los bienes eternos, los que nunca pasarán. Y te das cuenta que has tenido tu alma desnutrida mucho tiempo. Esto debe cambiar y tus prioridades también.
Ahora lo importante es alimentar tu alma con la gracia, los sacramentos, fortalecerte con la oración y las buenas obras. Es un cambio tan radical y súbito que muy pocos a tu alrededor lo entienden y empiezas a convertirte en ese “Bicho raro” del que todos hablan.
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Hay una oración breve, bellísima, como una jaculatoria que suelo rezar en los momentos de la adversidad:
“Señor, ábreme los ojos”.
También suelo decirle: “quiero ver”, pidiéndome que me abra los ojos del alma, para poder comprender tantas cosas.
Me sucede como aquel ciego de Jericó que clamaba a Jesús.
“Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»
Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» Él dijo: «¡Señor, que vea!» .Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.” (Lc 18, 35 -43)
Cada vez que leo este texto suelo pensar: “Qué bueno eres Jesús”.
Y le pido que nos cure de esta ceguera del alma porque la ceguera espiritual es uno de los grandes males de nuestro mundo. Una vez curada haremos como este hombre que fue agradecido. Seguiremos a Jesús glorificando a Dios.
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