Este buen sacerdote solía visitar a los pacientes, en un hospital público. Los confesaba y les ofrecía el sacramento de la unción de los enfermos, para fortalecerlos espiritualmente en su enfermedad.
Si no eran católicos los acompañaba un rato con cariño y les contaba historias para que no se sintieran solos. Pasó muchos años en este hermoso apostolado.
Solía ir a su misa de 6:00 p.m. en la que nos contaba sus aventuras y recorridos por el hospital, para animarnos a realizar buenas obras y a ver al enfermo como otro Cristo. Nos hablaba de la fe, la soledad de algunos pacientes y la esperanza que muchos le transmitían y cómo aprendía de ellos.
En una ocasión contó una anécdota maravillosa, edificante, que nos dejó impactados. Te la comparto.
“Una tarde recorría las salas del hospital y encontré a un hombre muy enfermo. Estaba solo. La enfermera me advirtió que desde que llegó muy pocas personas lo habían visitado. Pasaba solo la mayor parte del día, con terribles dolores y una enfermedad cruel, que lo estaba consumiendo.
Entré a su habitación y me recibió con una amable sonrisa.
“Qué bueno verle padre, pase, tome una silla y siéntese, debe estar cansado”.
Me senté a su lado y empezamos a hablar. Hablamos un largo rato. Me sorprendió porque siempre estaba animado.
Sabiendo por la enfermera de su cruel enfermedad, me animé a preguntarle cómo hacía para no sentirse solo en aquella habitación de hospital. Su sonrisa y buen ánimo me indicaban que estaba tranquilo. Quería comprender cómo lograba este buen ánimo, en medio del sufrimiento.
“Es muy sencillo padre”, me respondió. “He aprendido de memoria muchos versículos y salmos de la Biblia. Cuando sufro por el dolor o me siento solo, los repito de memoria en mi mente, en silencio y siento la presencia de Dios en mí y retorna de la Paz que tanto necesito. La Palabra de Dios me fortalece”.
Ese buen hombre me dejó esta enseñanza maravillosa que les comparto, para que aprendamos de él.
Leer la santa Biblia nos fortalece y edifica y nos enseña el gran Amor que Dios nos tiene.
Hay que buscar siempre a Dios en nuestras necesidades porque, como buen Padre, siempre escucha a sus hijos amados.
La siguiente semana sentí el deseo de verlo de nuevo y seguir conversando, porque sería una charla edificante.
Cuando llegué a su piso del hospital, la enfermera me hizo un gesto de tristeza con el rostro, por lo que comprendí. Se me acercó y me dijo discretamente:
“Era un hombre especial, diferente. Ahora descansa en Dios”.
Ojalá podamos todos vivir con la mirada en el cielo.
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