No la conozco. Me telefonea una vez a la semana para contarme sus maravillosas y nuevas experiencias en sus visitas a Jesús en el sagrario.
Hace un par de meses recibí su llamada.
“No me conoce señor Castro, pero yo a usted sí, a través de sus libros y sus escritos. Soy una anciana, y a veces me siento muy sola, tengo muchas dificultades porque no cuento con ningún apoyo. Los que antes me querían parece que ya no más”.
“Tiene sed de amor”, pensé,“necesidad de ser amada”. Y yo sabía bien quién podría brindarle ese amor a manos llenas.
“¿Me permite recomendarle una solución?”
“Me encantaría”.
“Vaya a la iglesia de su parroquia, en ella debe haber un oratorio y en él descubrirá el sagrario donde está Jesús Sacramentado. Es el lugar donde el sacerdote guarda las hostias no consumidas durante la santa Misa. Jesús está allí vivo en cada hostia consagrada. Anhela encontrarse con usted, conmigo, con todos y a menudo pasa tan solo. Le haría bien su compañía”.
Nos despedimos cordialmente y me agradeció el consejo.
https://www.youtube.com/watch?v=ellfiSXicHY
Me llamó la siguiente semana.
“Descubrí un bello oratorio en la iglesia a la que voy los domingos y allí me quedé con Jesús. Le hablé de mis problemas y le dejé su saludo. Ocurrió algo curioso. Quería comentarle. Pasaron horas y ni siquiera sentí el tiempo. Estaba tan a gusto en ese oratorio, con Jesús. Ahora voy todos los días. Cada vez me siento menos sola, más feliz, más llena de amor”.
Entonces comentó:
Me di cuenta que es verdad: “La tristeza no cabe en el alma del que vive en la presencia de Dios, porque te llena el alma de gozo y paz”.
Me sorprendí mucho ante estas palabras extraordinarias. Y continuó:
“Cada día, después de misa me quedo un rato agradeciendo a Dios tantos favores, luego voy al sagrario y me quedo con Jesús. El tiempo parece que no existe. No hay prisas. Sólo paz. Y le hablo. Y me siento feliz. Acompañada. Amada.”
Hizo una breve pausa y continuó emocionada:
“No hay amigo más grande que el Señor”.
“Siempre voy al sagrario. Desde que descubrí la amistad de Jesús no dejo de visitarlo y estar con Él. Le digo con lágrimas de agradecimiento: “No soy digna de recibirte y que entres en mi cuerpo con la comunión, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Nos despedimos con ese sabor de cielo en el alma.
¡Qué bueno eres Jesús!
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