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Una hora diaria ante el sagrario con Jesús, bastó para cambiar mi vida (Un testimonio bellísimo)

Claudio de Castro - publicado el 23/11/17

No lo niego. Hoy fue una de esas tardes maravillosas que sentí la imperiosa necesidad de visitar a Jesús en el sagrario. Estaba haciendo unas diligencias y súbitamente me llegó al corazón ese anhelo de verle. Miré mi reloj: 2:45 p.m.  Faltaban 15 minutos para la Hora de la  Misericordia. Me pareció genial visitarlo y rezar en su presencia amorosa.

Recordé su promesa:

“En esta Hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión…”

Pensé en las muchas cosas que debo pedirle al buen Jesús pero sobre todo quería estar con Él, acompañarlo, que sepa que le quiero. Entrar a ese oratorio y decirle una y otra vez:

“Jesús te amo. Yo siempre te amaré”.

Estaba cerca de la Parroquia santa Eduvigis en Betania (Panamá) donde tienen una hermosa capilla de Adoración Perpetua. Allí se turnan los que acompañan a Jesús por una hora, durante todo el día y la noche, para estar con Él, en Su presencia y adorarlo una hora diaria.

Ha transformado la vida de muchos.

―Puedo llegar a tiempo ― me dije. Y conduje hacia allá.

Me llegaron varios correos electrónicos de personas que han visto sus vidas transformadas desde que iniciaron sus visitas a Jesús en el sagrario. Y es que una hora diaria en la dulce presencia de Jesús te cambia.

Camino a la parroquia recordé a este joven que justamente allí visitaba a Jesús y un día se quejó conmigo que Jesús no lo escuchaba.

―¿Estás seguro? ―le pregunté ―¿Sientes que tu vida sigue igual?

Lo pensó un rato y al final reconoció:

―La verdad, no… Muchas cosas han cambiado para bien en mi vida. Soy más paciente, mi oración es más íntima, percibo la presencia de Jesús cada día y me siento acompañado. No dejaré mis visitas diarias a Jesús.

Cuando visito a Jesús en los sagrarios me doy cuenta que a menudo está solo. Pero aquí en esta capilla vi bastantes personas, recogidas en silencio, adorando, rezando, contemplándolo en toda su Majestad. De pronto la capilla empieza a llenarse y atrás de mí escucho uno de los presentes que se levanta de la banca y anuncia con solemnidad:

“Hermanos, son las tres de la tarde, la Hora de Gran Misericordia para el Mundo entero. Vamos a dejar un momento nuestras oraciones personales y vamos a rezar juntos la Coronilla de la Divina Misericordia que Jesús le pidió a sor Faustina”.

Juntos rezamos la coronilla, todos en comunidad, delante de Jesús Sacramentado. Fue maravilloso.

“Alienta a las personas a decir la Coronilla que te he dado… Quien la recite recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes la recomendaran a los pecadores como su último refugio de salvación. Aun si el pecador más empedernido hubiese recitado esta Coronilla al menos una vez, recibirá la gracia de Mi infinita Misericordia. Deseo conceder gracias inimaginables a aquellos que confían en Mi Misericordia.” (Diario de santa Faustina).

¡Qué bueno eres Jesús!

……….

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Los dejamos con una maravillosa canción.

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