¿Rezar? No carecemos del deseo. Sin lugar a dudas estamos a favor. Pero el problema es el tiempo, ¡nos falta terriblemente! ¿Y si la oración pudiese prolongar nuestras vidas?
“¡Bueno, recemos un poco!” ¿Cuántas veces he escuchado esta fórmula ritual? Probablemente lo dije yo mismo más de una vez. La intención es buena, pero la formulación es detestable. Pobre Dios que tiene que conformarse con los restos de nuestra agenda. Él viene después de todo lo demás. Hemos pasado el día con nuestros asuntos, incluso con los asuntos católicos, y en el momento en que tenemos por único deseo el de ir a dormir, concedemos un último pensamiento, medios dormidos, a aquel a quien llamamos “el Señor”, pero cuyo señorío sobre nuestras vidas es muy relativo.
Dar a Dios al menos el 1% de nuestro tiempo
No creo que podamos vivir según el pensamiento de Dios y en su gracia si pasamos menos de 20 minutos con él cada día. ¿Es mucho pedir? Si calculo correctamente, esto representa el 1% de nuestro tiempo. ¿Queremos a nuestros hijos, a nuestro cónyuge, a nuestros padres? ¿Es suficiente “pensar en ellos, a veces, durante el día”? Sin duda les gusta. Pero esto nunca substituirá los pocos momentos que les dedicaremos enteramente. Tenemos que ir a verlos. De lo contrario, nuestros mejores pensamientos no son nada más que coartadas. Y si queremos vernos, tenemos que tomarnos el tiempo, tenemos que hacer una cita.
Con el pretexto de la espontaneidad y la sinceridad, hemos renunciado a establecer reglas y a adoptar hábitos. En la vida personal, familiar, social y eclesial, esto se traduce en una improvisación permanente y una profunda insatisfacción. Triunfo de la mediocridad y, como dijo Benedicto XVI, dictadura del relativismo. Por supuesto, no debemos caer en el error contrario, encerrándonos en el formalismo y en los escrúpulos. Pero quien quiere el fin quiere los medios. ¿Tenemos la voluntad de orar, o solamente la predisposición?
Cazar los 20 minutos libres
Lo primero que hay que hacer es recuperar 20 minutos durante el día: levantarse más temprano, ir a la cama más tarde, borrar algo que no es esencial a otra hora del día. ¡Atención! Cuando digo retrasar la hora de acostarse, es para terminar lo que no se ha hecho; excepto para las personas que son “nocturnas”, desaconsejo poner la hora de la oración al final del día – claro, esto no impide que nos volvamos hacia el Señor en el momento de dormir, pero es algo más, algo diferente.
De la misma manera, este tiempo no puede ser reemplazado por la Misa o una asamblea de oración u orar con los niños. Estas cosas son excelentes, pero no anulan la enseñanza del Maestro: “Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,6).
Padre Alain Bandelier