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¿Y si un asnito se hace tu “guía espiritual”?

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Edifa - publicado el 05/01/20
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Fue un asno el que acompañó Abraham hacia la Tierra prometida, también fue sobre un burro como José y María fueron a Belén, y fue a lomos de una asna blanca como Jesús entra a Jerusalén, una semana antes de su Pasión. ¿Y si este animal tan simpático fuera el mejor “guía espiritual”?

El asno ha caminado al lado de hombre desde ya hace siete mil años. No para llevarlo a la guerra, como su primo lejano, el caballo, sino para ayudarlo en los trabajos de los campos.

Al hombre se le ha dado la ley de Dios para trabajar seis días y descansar el séptimo, pero desde entonces ha olvidado el final de la frase: “En el séptimo día descansarás, para que descansen también tu buey y tu asno” (Ex 23:12).

En la Biblia, el asno es uno de los animales más mencionados. Símbolo de humildad, sirve de montura para Cristo niño. Y es sobre el lomo de una asna blanca que Jesús entra a Jerusalén una semana antes de su Pasión.

El lugar del asno, al lado del buey, alrededor del pesebre de la Natividad, no está autenticado en los Evangelios canónicos.

Pero está presente en los Evangelios apócrifos y es lógico que el burro que acompañó a la sagrada familia de Nazaret a Belén también esté presente en el momento del nacimiento del Salvador.

El compañero preferido de los santos y de los monjes

En la Edad Media, el asno forma parte de una celebración, la “Misa de los asnos“, la víspera del comienzo de la Cuaresma. Pero demasiados excesos con motivo de esta fiesta llevaron a la Iglesia a prohibirla a fines del siglo XVII.

Este animal es también el compañero favorito de santos y monjes. San Nicolás y San Martín lo usaron como montura. Y en 1195, el papa Inocencio III ordenó a los monjes de la orden de los Mathurins que se desplazaran con una mula, bajo pena de ser sospechosos de pecado de orgullo. Siempre el mismo símbolo de humildad.

Pero esta benevolencia bíblica y religiosa hacia el asno no parece correlacionada con las creencias populares. Si creemos los dichos, él solo tendría defectos.

Es astuto, ya que hay que desconfiar de la famosa “patada del asno”. Es estúpido, ya que es de un sombrero de asno que los tontos llevan en la escuela. Sobre todo, es terriblemente terco.

¿Un animal obstinado? No, cauteloso

¿Terco? Falso y totalmente falso, responden los defensores del animal. “Es un animal que por un lado ha sido criticado y por el otro aclamado“, comenta Jacky, un criador de burros. Si el burro tiene orejas grandes, es para no andar sobre la cabeza como lo hace a menudo el hombre.

¿Un animal obstinado? No, prudente. “Todo se explica cuando estudias un poco detenidamente su comportamiento”, dice Jacky. Reflexionado, el burro observa los obstáculos antes de lanzarse. No tiene sentido golpearlo, debes tranquilizarlo para hacerlo avanzar.

Esto no hace de él un animal tímido. A pesar de su mansedumbre, es capaz de defender un rebaño. “Tiene un instinto gregario muy fuerte”, dice Jacky.

Cuando acompaña la trashumancia en los pasturajes, tranquiliza mucho a las ovejas. Es capaz de desviar los ataques de los depredadores por el mero hecho de rebuznar.

Al mismo tiempo, es capaz de la mayor suavidad con los niños y los pequeños que pueden tirarle las orejas sin que se mueva. Con los adultos, él también sabe tocar la cuerda sensible haciéndose alternativamente conmovedor o bromista. ¡Tantas cosas que el hombre puede aprender de este animal!

Por Véronique Hunsinger

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