Probar nuevos sabores; obligar a sentarse bien; no desperdiciar los alimentos; dar gracias por poder comer; compartir un buen momento juntos; gestionar las pequeñas tensiones… Dejar un poco a fuego lento y ya está: ¡Una comida en familia es una de las experiencias más agradables del día a día en el hogar!
No es casualidad que la cocina, el alimento y la comida sea un tema muy recurrente en la Sagrada Escritura. Y es que, obviamente, es algo importante en la vida. El Evangelio muestra a menudo a Jesús en la mesa con sus amigos y su primer milagro es durante la comida de una boda en la que el banquete es el signo de felicidad a la que todos estamos invitados. Pero ¿sabemos de verdad comportarnos en la mesa?
Hacer buen uso de los alimentos
Si nunca hemos conocido la verdadera hambre, nos parece del todo natural sentarnos tres veces al día ante una tabla bien abastecida (aunque se trate de platos sencillos). No deberíamos olvidar nunca que somos unos privilegiados; no para culparnos ni para lamentarnos, sino para regocijarnos y alabar a Aquel que es la fuente de todo ello. Al dar gracias al Señor al comienzo de la comida, aprendemos a recibir los alimentos como un don.
Este regalo nos es confiado para que hagamos buen uso de él, es decir, para que los consumamos con moderación… y para que no los tiremos a la basura cuando no nos gustan. El respeto a los alimentos es una cuestión de justicia con respecto a quienes padecen hambre y con respecto a quienes han trabajado para comprar y preparar lo que se sirve en la mesa.
Sin dejar de estar atentos al apetito y a las dificultades de cada uno (algunos manifiestan una auténtica repulsión ante ciertos platos), es importante educar el gusto y aprender a disfrutar comiendo cualquier cosa que se sirva en el plato.
Una mesa dichosa es una mesa donde se comparte
Miremos lo sucedido durante la multiplicación de los panes: si el chico que tenía cinco panes y dos peces hubiera querido conservarlos para él, ¿qué habría pasado? Todo lo que compartimos extiende la alegría. Es bueno que no haya siempre tantas manzanas o yogures como personas en la mesa y que la llegada de invitados imprevistos obligue a cortar en diez partes una tarta prevista para seis.
La atmósfera de la comida es tan importante como lo que se sirve. Y eso empieza por la manera en que se pone la mesa: se trata de un servicio muy sencillo con el que pueden cumplir incluso los niños pequeños. Enseñarles a poner el cubierto no es solo mostrarles cómo disponer los cuchillos o los vasos, es ante todo educar su atención a los demás. ¿De qué vamos a tener necesidad para la comida? ¿Qué va a hacerla más agradable? ¿Cuál es ese pequeño extra que dará un sabor a alegría a los comensales?
El clima de la comida también se beneficia de la disponibilidad de cada uno y de las conversaciones. Si queremos que la comida sea un tiempo de relajación, pospongamos los temas polémicos para otro momento de la jornada.
Cuando las comidas son penosas, tensas, cansadas
Las comidas no son siempre tarea fácil. Por ejemplo, cuando los padres están agotados y se pasan la cena ocupándose de los niños y sin tener posibilidad de comer tranquilamente. No solo no la aprovechan ellos mismos, sino que, tarde o temprano, todo el mundo sufre. O cuando un niño se muestra provocador o violento. O cuando una discapacidad o una enfermedad impiden a uno de los miembros alimentarse correctamente. O cuando las personas en la mesa están divididas por conflictos tan profundos que la tensión podría cortarse en el ambiente…
Con frecuencia es posible encontrar remedios a estas dificultades, aunque sean parciales. Para ello es necesario apostar por la concordia y el ingenio para que pequeños y grandes puedan disfrutar en cada comida de un poco de alegría.
Christine Ponsard