Un traslado genera mucho estrés, cansancio e incluso, desesperación. Tal vez estas ideas puedan ayudarte a superarlo
Dejar atrás una casa, el espacio familiar donde desarrollamos nuestros hábitos, a veces puede ser complicado, incluso doloroso, aun cuando la mudanza está motivada por perspectivas positivas como un nacimiento, un ascenso o un nuevo proyecto de vida. Consejos para sacar la cabeza de entre las cajas y sentirse bien en el nuevo entorno.
“Siempre he llorado al llegar y siempre he llorado al marcharme”, confiesa Anne, que ya va por su quinta mudanza. La experiencia, más o menos dolorosa, puede llegar a vivirse como un desgarro. “Sea cual sea la forma en que se viva, una mudanza es siempre una prueba de abandono”, afirma el psicoanalista Alberto Eiguer.
Se trata de abandonar nuestras referencias, pero también y sobre todo nuestros vínculos afectivos: amigos, barrio, rostros familiares, guardería o escuela, parroquia, y todos esos pequeños vínculos que tejemos en nuestra vida diaria. Incluso si es por algo mejor (no necesariamente inmediato), incluso si es algo elegido, la mudanza supone un hecho traumático.
Como para los profetas del libro del Éxodo, cambiar de lugar de residencia puede ser difícil, pero es también una llamada a vivir otra misión. Es un camino de crecimiento que permite desarrollarnos, pero bajo ciertas condiciones…
Aceptar no mirar atrás
Aunque sea doloroso despegarse de nuestro antiguo lugar de vida, al mudarnos es vital obligarnos a construir de nuevo, sin intentar prolongar aquello que habíamos vivido antes. Christine ha pasado por esto: “Nos hemos mudado a un apartamento bastante cercano al antiguo. Al principio, quería regresar con los niños al parque donde solían jugar, pero me obligué a ir regularmente al jardín de nuestro nuevo barrio”.
Se trata menos de derribar los puentes definitivamente que de transformar esos vínculos antiguos en nuevas relaciones. ¿Acaso no es aprendiendo a separarnos que aprendemos a conservar lo esencial?
En este periodo es especialmente oportuno rezar, confiar nuestra tristeza, nuestras esperanzas, nuestras dudas, los amigos dejados, aquellos que van a aparecer, pedir ayuda al Espíritu Santo para discernir las elecciones futuras.
Una mudanza implica mucho follón, muchas gestiones. Hacen falta varios meses para absorberlo todo completamente. Reconocer el cansancio –físico, psicológico– y aceptar vivir entre cajas cierto tiempo (siempre que no se eternicen), permite avanzar.
Momento de hacer balance, incluso de pasar página
Limpiar, marcar el territorio, poner las cosas en orden y celebrar socialmente el final de la instalación son los cuatro elementos que constituyen la mudanza como una renovación, como un tránsito hacia una nueva vida. Instalarnos en nuestra casa tiene una dimensión de intimidad, pero también una dimensión social.
Es la etapa de reapropiación, más satisfactoria, porque es portadora de esperanzas y de cambio y es símbolo de renacimiento. Algunos verán una oportunidad de hacer balance e incluso de pasar página.
A Catherine y Frank, las mudanzas siempre les hacen surgir preguntas: “¿Cómo querríamos vivir en este nuevo lugar? ¿Qué tipo de relaciones queremos y con quién?”.
Mudarse da la oportunidad de ser más honestos con nosotros mismos, de liberarnos, quizás, de descubrir nuevas vías de desarrollo y de servicio.
Para integrarse, hay que atreverse
Primero, depende de los padres volver a tejer los hilos de su nueva vida: su integración estará en función de su motivación. Positiva (“Estupendo: otras caras, una nueva región con muchas cosas que descubrir”) o bien desmotivadora (“¿Qué voy a hacer en este agujero? No hay nada que hacer ni nadie que ver”).
Quienes se mudan a menudo o por un tiempo muy breve, a veces pueden tener problemas para renovar sus esfuerzos. “Cuando sé que solo venimos por un año, es difícil implicarse: ¿de qué sirven tantos esfuerzos para establecer lazos si es solo para perderlos y empezar en otro sitio?”, se pregunta Constance, esposa de un militar. Y añade: “Cuanto más motivado se esté para implicarse rápidamente, más oportunidades hay de integrarse, sea el tiempo que sea que se esté”.
Los demás rara vez dan el primer paso. Hay que ir a su encuentro, con humildad, esa es la palabra clave de este proceso de integración: atreverse a dejarse ayudar, pedir favores o información a los vecinos para simplificar los procesos administrativos, obtener las buenas direcciones del barrio (restaurantes, médicos, zapateros, tintorerías, tenderos, etc.).
A veces tenemos que asumir la responsabilidad de crear oportunidades de encuentro, facilitar un aperitivo con los vecinos, aceptar un café entre madres de familia. La parroquia y la escuela siguen siendo medios privilegiados de integración. Los niños ayudan a abrir las puertas, a compartir gestiones, a prestar servicio.
Las familias aisladas tienen también interés en acercarse a una comunidad religiosa, lugar de revitalización espiritual y de vínculos fraternales. La Providencia, que coloca a nuestro lado a las personas adecuadas en el momento adecuado, solo espera nuestra confianza: “Nuestra vecina de arriba tenía gemelos seis meses mayores que mis gemelos. Nos hemos apoyado mucho”, cuenta Mary. “Ella me ha dado a conocer toda su red de amistades”.
¿Por qué, por último, no aprovechar una mudanza para descubrir una nueva región, los contornos de su geografía, las páginas de su historia, la riqueza de su cultura?
Aunque no hace falta esperar a estar completamente instalados para “encontrar nuestro lugar”, el tiempo es un aliado precioso para instalarse . “El primer año, se construye; el segundo año, se consolida; el tercer año, se empieza a recoger lo sembrado”, resume Anne. Ahora, es ella quien recibe a los recién llegados en su inmueble.
Raphaëlle Simon
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