“Tomen y coman, esto es mi Cuerpo” (Mt 26,26). Jesús nos encarecidamente a comulgar. Pero ¿es grave no comulgar regularmente? “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes” (Jn 6,53). Entonces ¿debemos comulgar siempre en la misa?La comunión, una necesidad vital
En el Padre Nuestro, pedimos recibir cada día ese Pan “súper esencial”. Luego, en el discurso sobre el Pan de vida, Jesús compara la comunión de su cuerpo con el maná del desierto. “El maná era manjar diario de los hebreos en el desierto, así el alma cristiana debe sustentarse, todos los días, del pan celestial. [El] Concilio Tridentino [desea] que todos los fieles que asistan a Ia santa Misa comulguen, no sólo espiritualmente, sino también sacramentalmente”, manifestaba san Pío X en el decreto Sacra Tridentina sobre la comunión frecuente (año 1905).
Este mismo Papa denunció ese “veneno jansenista, que había inficionado hasta las almas piadosas so pretexto del honor y veneración debidos a la Eucaristía”, alejando a tantos fieles de la comunión. Es primero Cristo quien quiere compartir su cuerpo eucarístico: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22,15). Comulgar, concluía el papa León XIII, es “cumplir un deseo muy querido por el corazón de Jesús”, al cual debe corresponder nuestro propio deseo.
Santa Gertrudis de Hefta vio un día a una hermana abstenerse de comulgar y le preguntó a Dios: “¿Por qué, Señor, permites que esta hermana no venga a comulgar?”. Y Él le respondió: “¿Es culpa mía si esta hermana bajó tan cuidadosamente ante sus ojos el velo de su indignidad que le fue imposible ver la ternura de mi amor paternal?”. La comunión no es, pues, una recompensa por buena virtud, “es una necesidad vital”, como afirma san Pío X. Y cabe añadir que es necesaria para “recibir la fuerza para reprimir las pasiones, purificarse de las faltas leves y poder evitar las faltas graves a las que se expone la fragilidad humana”.
Privarse de la comunión es también privar a la humanidad de esta gracia
La tradición oriental habla de comunión “continua”: “Hemos de hacer de este banquete eucarístico nuestra ocupación continua para preservarnos de la hambruna y la anemia del alma”, escribió san Nicolás Cabasilas.
No obstante, para recibir a Jesús-Hostia, conviene que no tengamos falta grave o que no estemos en una situación en la que la Iglesia nos invite a la comunión de deseo en vez de la comunión sacramental. Los Padres del Concilio de Trento suplicaron entonces a los fieles que, “gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios”, se dispusieran en estado de recibir a menudo el cuerpo de Cristo a través del sacramento de la reconciliación y la conversión de vida.
Aunque nuestra comunión es muy personal, no es individual. El cardenal Journet invitaba a rezar así: “Dios mío, quiero recibirte, pero no solo por mí, sino por todos aquellos en el mundo que tienen hambre de ti, a veces sin saberlo”. Privarse de la comunión es privar también a la humanidad de esta inmensa gracia.