En el cristianismo, hay multitud de oraciones para dirigirse a Dios, pero hay una que Le complace de verdad“Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro…” (Mt 6,9).
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Por consiguiente, comenta san Cipriano en el siglo III, “¿qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu Santo (…)? De modo que orar de otra forma no es sólo ignorancia, sino culpa también”.
La pregunta entonces sería: ¿cómo rezar el Padre Nuestro como es debido, ya que, sin duda, es la oración que prefiere Dios y es quizás la única que pueda aceptar?
La cuestión es tal que Teresa de Ávila decía que las dos horas de oración cotidiana de las carmelitas no son sino una manera de rezar bien el Padrenuestro, de interiorizar todos sus componentes para “vestir a Cristo” en nuestra oración, porque eso es ser cristiano.
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La oración que llama “Padre” a Dios
San Francisco de Sales da la clave para “rezar bien”: en la oración, como en cualquier otro ámbito, “no es la grandeza de nuestras obras lo que hace que agrademos a Dios, sino el amor con el que las hacemos. [Por eso] la mejor oración es la que nos mantiene tan ocupados en Dios que no pensamos en nosotros mismos, ni en lo que hacemos” (Carta del 8 de junio de 1618).
Para ello, añade, “conviene andar simple y llanamente, sin arte, para estar cerca de Dios, para amarle, para unirse con Él”.
Respuesta decepcionante, sin duda, porque todos querríamos “triunfar” en nuestra oración. Pero todos los maestros nos dirían que la oración que más “triunfa” es la que menos lo intenta y que el mejor método es casi no tener ninguno.
“Hago como los niños que no saben leer, le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle (…). La oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría”, decía santa Teresa del Niño Jesús.
La buena oración, la oración que llega al corazón de Dios, la oración que Él prefiere, es la que llama “Padre” a Dios, de la manera más simple y más completa posible.
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¿Qué hay de las demás oraciones?
¿No hay, a pesar de todo, oraciones que la Iglesia nos recomienda, oraciones que son aconsejables? Sí, sin duda; igual que la Iglesia recomienda ciertas peregrinaciones o igual que añade indulgencias a ciertas prácticas religiosas como la de llevar el escapulario del Carmelo o recibir la bendición del Papa.
Pero todo eso, en realidad, sigue siendo una pedagogía para decir bien –y, sobre todo, vivir bien– el Padrenuestro. Y la variedad de esas oraciones y esas prácticas corresponde a la variedad de las vocaciones en la Iglesia, estando cada una invitada a encontrar en la escuela de los santos el camino que le permitirá entrar en esta oración que resume todas las demás:
“La oración del Señor o dominical es, en verdad el resumen de todo el Evangelio (…). Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: ‘Pedid y se os dará’ (Lc 11,9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental” (Tertuliano, † 220, De oratione, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica).
Por el padre Max Huot de Longchamp