Para los niños, los 40 días de Cuaresma pueden parecer muy largos. He aquí cuatro cosas que debes saber para ayudar a tus pequeños mientras esperamos la Semana Santa.En menos de ocho días, entraremos en la Cuaresma. Así que si queremos ayudar a los niños a empezar bien su camino hacia la Pascua, hay que empezar a pensar en ello. Así que repasemos algunas pautas pedagógicas (¡lista no exhaustiva!).
1Ten en cuenta la edad de los niños
Todos los niños se ven afectados por la Cuaresma, pero no todos de la misma manera. A veces oímos decirse: “¡Los niños pequeños no tienen que hacer la Cuaresma!” ¡Pero nadie tiene que hacerlo!
No se trata de eso. La Cuaresma no es una tarea, un mal momento para pasar: la Cuaresma es un regalo, un tiempo de gracia que se nos da. ¿Por qué privar a los más jóvenes de ello?
Dicho esto—salvo excepciones—realidades como la conversión o la penitencia carecen de sentido para los menores de cinco años. ¡Y cuarenta días para ellos es una eternidad! Depende de nosotros decidir cuándo y cómo podemos dirigir la atención de los más pequeños para no cansarlos en Semana Santa.
2Hay que tener en cuenta el carácter de cada niño, su capacidad particular y sus limitaciones
Es importante pensar en la edad del niño, pero también en su carácter y en su capacidad para hacer tal o cual esfuerzo. Materializar el avance hacia la Pascua anotando los esfuerzos realizados en una hoja de papel puede ayudar a un niño que tiende a desanimarse, que siempre siente que no hace nada bien… pero resultará desastroso para otro que, fácilmente orgulloso, utilizará esta hoja para demostrar a los demás y a sí mismo que es el mejor.
Tampoco le vendrá bien a un niño que está demasiado dispuesto a medir el valor de su Cuaresma por la cantidad de obras que hace—tanta oración, tantos sacrificios, tanto esfuerzo en el compartir—olvidando que hacer la voluntad de Dios no consiste necesariamente en hacer, sino en dejarse llevar.
3Guiar a los niños hacia la Pascua con una actitud atenta y respetuosa
Recordemos que en toda progresión espiritual, las apariencias a veces engañan: lo más importante es lo que no se ve. Recordemos también que “Dios sólo sabe contar hasta uno”: tiene una historia de amor única que vivir con cada uno de nosotros.
Por eso, al guiar a los niños, nuestra actitud sólo puede ser atenta y respetuosa. Atentos, para no correr el riesgo de asfixiar o aplastar las maravillas nacientes. Respetuoso, para no encerrar en moldes prefabricados los nuevos caminos espirituales y no desviarlos de sus particulares jardines secretos.
Sophie siempre muestra una gran generosidad durante la Cuaresma, pero se deja corroer por el miedo al fracaso, que es su punto débil: ¿acaso no la espera Dios allí? Al acercarse la Pascua, quizás llegue a aceptar sus límites, y aprenda la alegría de saberse pobre ante Dios.
Javier se niega a participar en los esfuerzos de sacrificios decididos en familia: no es cuestión de privarse de azúcar en su tazón de leche o de chocolate a la hora de la merienda para alimentar la cesta comunitaria; pero, en el curso de una conversación con su maestra, descubres que tu pequeño se dedica a entablar amistad con un niño que suele estar aislado en el recreo.
Clarisa está siempre tan agitada y aparentemente distraída durante la oración en familia pero, con un poco de atención, acabas notando que se recoge intensamente en el momento de la señal de la cruz: unos segundos… el tiempo, quizás, de un encuentro muy profundo con Dios.
4No olvides que la caridad bien encauzada empieza en casa
¿Queremos que nuestros hijos vivan realmente la Cuaresma como una ascensión a la Pascua? Así que, ¡comencemos! Un buen ejemplo es mejor que un largo discurso. Pero cuidado con asumir el papel de padres “ejemplares”: ansiosos por dar buen ejemplo, a veces corremos el riesgo de intentar ocultar nuestras debilidades y caídas a toda costa.
Lo que nuestros hijos necesitan no son padres irreprochables, sino padres que, sabiéndose pecadores, confíen siempre en la misericordia de Dios. Padres que viven la Cuaresma como un ascenso, sí, pero que se parece menos a una escalera que a un ascensor.
Ese ascensor del que Santa Teresa del Niño Jesús decía: “Me gustaría encontrar un ascensor que me llevara hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la empinada escalera de la perfección… El ascensor que debe elevarme al cielo son tus brazos, ¡O Jesús! Para ello no necesito crecer, al contrario, debo permanecer pequeño, debo hacerme cada vez más pequeño.”
Christine Ponsard