La fe es un don, sobrenatural y definitivo, de Dios.
Sin embargo, no es un regalo "mágico". Dios, por amor a nosotros, apela siempre a nuestra libertad: pide nuestra participación en el desarrollo de los dones que nos concede.
El don de la fe, por tanto, requiere una respuesta de nuestra parte: el asentimiento a la verdad revelada.
Este asentimiento de la inteligencia a la Revelación se realiza a través de un acto de fe, que tiene sus raíces en la palabra de Dios, como nos enseña la Iglesia católica.
El contenido de la fe se recibe así a través de la enseñanza de la Iglesia. Se ejercita a través de la meditación.
La fe se conserva con la memoria. La fe es la roca en la que se basa toda nuestra vida sobrenatural como bautizados.
Nos da un anticipo de la alegría del Cielo. Allí, la fe será sustituida por la visión de Dios. De este punto podemos extraer cuatro consecuencias.
1Más que razón
En primer lugar, la fe, perfeccionando la inteligencia humana, puede superar a ésta, pero no puede contradecirla, pues ambas tienen el mismo fin: el conocimiento de la verdad.
2Más que sentimientos
En segundo lugar, como la fe tiene su sede en el alma espiritual, no está en el sentimiento. No se trata de "sentir" emocionalmente la fe, ni siquiera el amor o la esperanza.
3Ejercicio, lucha
En tercer lugar, la fe es ejercicio, lucha. La suave pero desconcertante pedagogía de Dios consiste en dejar que las dudas entren en nosotros para que podamos ejercitar nuestra fe.
Entonces depende de nosotros creer en nuestra fe y dudar de nuestras dudas.
Pero sucede tan a menudo que, en estas circunstancias, damos mucho crédito a nuestras dudas y tan poca fe... ¡a nuestra fe!
La fe es la certeza. ¡Nadie, si tuviera sentido común, comprometería su vida en una duda! Por eso la obediencia a la verdad se convierte en la actitud más noble del creyente.
De esto se deduce que se puede perder la fe, por negación o duda voluntaria ante la enseñanza de la Iglesia, aunque el objeto de la misma sea sólo uno de los artículos propuestos a nuestra creencia.
Quien se niega obstinadamente a dar su asentimiento interior a uno de los puntos contenidos en la fe ya no tiene fe, ¡aunque sea un pozo de ciencia teológica!
Por el contrario, tiene fe quien no cree explícitamente en todo, pero está dispuesto a creer a medida que este conocimiento esté a su alcance.
4Obras de amor
Finalmente, cuarta consecuencia, Santiago nos dice que la fe sin obras es una fe muerta (Sant 2,20).
Por eso, para que nuestra fe esté viva, debe ser activa "por la caridad" (Gal 5,6).
Debemos atrevernos a confesar nuestra fe con la boca. Debemos atrevernos a dar testimonio de ello con nuestros actos.
Hablando de la "muerte de Dios", el cardenal Ratzinger dijo lo siguiente:
Dar testimonio del amor de Dios también alimenta nuestra fe.
Por el padre Nicolas Buttet