A los que luchan contra pulsiones suicidas

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Edifa - publicado el 21/04/21
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¿Es posible no sentirse sacudido ante la noticia de un suicidio? El tema es delicado pero es muy necesario hablar de ello

¿Es posible no sentirse sacudido ante la noticia de un suicidio? En este acto hay algo terrible, y la pena se agrava por el profundo misterio que siempre ha rodeado este acto. Pero, a pesar de que el tema es delicado, hay que tratarlo desde un doble punto de vista.

Primeramente, desde el punto de vista de los que reciben la noticia. Seguidamente, para poder ser capaces de encontrar la palabra necesaria para aquel que puede tener la idea del suicidio. Hay que hablar de ello a pesar del peligro que conlleva abordar temas tan peligrosos.

Es cierto que hay muchos riesgos en el tratamiento de temas tan delicados. Pero, no seamos inocentes, si nosotros no hablamos de ello, otros lo harán, y sin ningún escrúpulo.

Cuando nos enteramos de la noticia de un suicidio, lo primero que tenemos que hacer es abstenernos de cualquier apreciación categórica. Nunca se sabe lo que ha podido pasar en la vida, en el corazón, en el alma de aquél que toma la terrible decisión de poner fin a su vida.

Ignoramos qué desamparo ha padecido, o qué arrebato de desesperación se ha podido apoderar de él tan brutalmente, o qué desafío ha querido ponerse, esperando tal vez, como en un sueño, poder despertar al final.

Hay que rezar sin cesar para que el Señor envíe a cada uno su ángel consolador en el momento de las tentaciones supremas. Y es para esto que en el “Dios te salve, María” pedimos a la Virgen María que ruegue por nosotros en la hora de nuestra muerte, pues necesitaremos en ese momento (y en cualquier otro) que un ángel venga a asistirnos en este último combate, como uno de ellos lo hizo por el mismo Señor Jesús (Lucas 22, 43).

La relación del hombre con su Dios es un gran misterio, igual que el del hombre respecto de su propia muerte. Cada uno está completamente solo en este cara a cara, y ¿quién puede presumir de conocer el corazón del hombre y de saber lo que acontece en él? Demasiado a menudo somos los tristes espectadores de dramas de los que ignoramos hasta el inicio.

Incluso nosotros mismos experimentamos algunas veces alegrías o desconciertos que nos es imposible compartir. Por esto tenemos que rezar incansablemente los unos por los otros, pues solo Dios sabe lo que acontece en el corazón de los que nos rodean.

Si la Iglesia condena absolutamente el suicidio y lo clasifica como uno de los pecados más graves, no es por casualidad. La Revelación bíblica nos enseña que toda vida humana es un don de Dios, y que nosotros no somos dueños, ni de la hora de nuestro nacimiento, ni de la de nuestra muerte.

No estamos ante una simple prohibición, que podría ser intuida por la prudencia. Es una prohibición taxativa, pero no podemos olvidar la otra cara de la Revelación: Dios tiene, para con cada uno de nosotros, un amor privilegiado.

Cuando el profeta Isaías recibe de Dios esta palabra para su pueblo “porque te aprecio, eres de gran valor y te amo.” (Is 43, 4), está anunciando lo que el Señor Jesucristo confirmará definitivamente: Dios vela por cada uno de nosotros con un amor particular. A cada uno le guarda una atención especial, que no podemos ni imaginar, nosotros que somos tan volubles y versátiles en nuestras relaciones de amistad.

Lo que más necesitamos es recordar con qué amor somos amados, y cuánta confianza tenemos que tener en Dios incluso aunque no veamos muy bien los caminos por los que Él nos conduce. Cuando Jesús dice “¡rezad sin cesar!, lo que Él nos quiere decir no es otra cosa que “Pensad sin cesar en vuestro Dios: Es un Padre que vela por vosotros. Pues si vela por la hierba de los campos que es tan bella, y por los pájaros del cielo, que son tan pequeños, cuanto más no velará por vosotros que sois sus hijos bien amados. Primeramente hay que buscar el amor de Dios. ¡El resto se os dará por añadidura!”

Lo que más necesita cada uno, es de alguien a quién hablar. No para charlar superficialmente, sino para entablar un diálogo de corazón a corazón, en verdad. Y aquél que lo encuentra puede considerarse el más feliz de los hombres. Demasiada soledad es insoportable. El hombre no está hecho para vivir solo. Tiene una necesidad perentoria de calor. La necesidad de comuniones verdaderas y fraternales es vital. Incluso básica: sin ello, la puerta a la desesperación está abierta.

Solemos olvidar que nuestro destino es eterno. No pensamos bastante en lo que, sin embargo, Cristo repite tan a menudo, a saber, que el tiempo que nos es dado en la tierra es un tiempo de preparación para la otra vida: la que durará un instante eterno, sea con Dios, sea sin Dios. Ahora bien, esta elección está en nuestras manos.

No hay que malgastar nuestras oportunidades. Claro que Dios es misericordioso, pero Él no sabría contradecir la decisión de abstenerse eternamente de Él. Poner consciente y voluntariamente fin a su propia vida, es haber decidido situarse definitivamente fuera de la presencia divina. ¡No habría nada peor! Sería un error pensar que, poniendo fin a sus días en la tierra, se precipita la entrada en el Cielo. Pues no somos dueños del tiempo. Estamos en las manos paternales de Dios. Solo Él sabe lo que necesitamos.

Por otro lado, vivimos con el único horizonte de establecernos en la tierra, un bienestar puramente material. La masas son inculcadas sin cuartel, con machaconería publicitaria, con un ideal de éxito estándar sin el cual la vida, nos dicen, no vale la pena de ser vivida. Un modelo impuesto fuera del cual se os persuade que no existís. Con un horizonte tan limitado, con un futuro tan obturado, el hombre es empujado a la desesperanza.

No tener éxito en la tierra, aquel tipo de éxito, os condena a ser “inexistente”. La vida en la tierra solo es la primera etapa de una aventura, lo esencial de la cual escapa a nuestra vista. Nuestro horizonte es el Cielo. Y el Cielo es estar con Dios. La promesa que Jesús nos hace de compartir su vida divina al lado del Padre, eternamente. No hay para nosotros mayor urgencia que aquella de no faltar a esa cita.

La tentación del suicidio es la de dudar de este destino eterno, de pensar que podemos acabar con los problemas de la vida, o con una tristeza pesada de llevar, borrándolo todo de un solo golpe.

Esto equivale a pensar que no hay más allá y que la muerte podría ser una solución. Pero esto solamente sería cierto si la muerte fuese un punto final. Pero, ¿quién lo puede decir? El Señor Jesús en todo caso afirma lo contrario. Cuando Él promete al buen ladrón que estará con Él en el paraíso (Lc 23, 43), Él confirma lo que siempre había dicho: “No os angustiéis: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, no os habría dicho que voy a prepararos un lugar. Y después de ir y prepararos un lugar, vendré otra vez para llevaros conmigo, para que vosotros también estéis donde yo voy a estar. Ya sabéis el camino que lleva a donde yo voy.” (Jn 14,1-4).

Si la idea del suicidio te asalta, porque estás demasiado triste, o porque los problemas pesan demasiado sobre tu corazón, confíate al Señor Jesús.

Él también ha conocido el drama de esta soledad, de ser abandonado por sus amigos, de ser menospreciado, de no tener ninguna esperanza humana. Pero Él se remitió a su Padre. Confió plenamente en Él. Dejó que Le guiase cuando Él se encontraba en una desesperación espantosa. Pues Él sabía que el Padre de los Cielos no abandona a su hijo, sino que Él lo consuela, Él lo reconforta, Él lo asiste.

Piensa en el Cielo, piensa en el lugar que el Señor te ha reservado a Su lado y que te será dado cuando tu hora haya llegado. Apela a la Virgen en tu ayuda. Y en vez de pensar en ti con tanta insistencia, aparta tu mirada de ti mismo y mira a los otros. Te necesitan, esperan tal vez lo mismo que tú mismo esperas: una sonrisa, un gesto, una presencia, una palabra simple y sincera… levanta los ojos, deja de mirar el suelo, y mira el Cielo.

Tu corazón es grande, mucho más grande de lo piensas. Está hecho por Dios. Está hecho para la eternidad, para una eternidad feliz. En la que tú entrarás plenamente en el momento elegido por el Señor.

Alain Quilici

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