La soltería es para muchas personas un estado de vida: no lo han escogido, pero lo asumen, a veces con talento. ¡Gracias a Dios, hay solteros felices!
En este camino, en el que no hay que negar la austeridad, algunos y algunas descubren que pueden vivir una auténtica fecundidad humana y espiritual y hermosas amistades. Así, son los solteros y solteras los que son positivos y no la soltería como tal.
Por eso, la soltería no se les puede presentar a los jóvenes como una elección posible, un estado de vida elegible, igual que el matrimonio o la consagración religiosa o el sacerdocio.
Sólo pueden comprometerse en una elección positiva, aunque esa elección entrañe además alguna renuncia. No se construye una vida sobre una elección negativa, como en las novelas en las que la heroína se mete en un convento después de una decepción amorosa.
Decir "Mi vocación es la soltería" es una conclusión discutible. Más bien cabría decir: "Vivo mi vocación" o, más sencillamente: "Intento responder a las llamadas del Señor en mi situación de soltero".
O habría que decir entonces: "Mi soltería, en el secreto del corazón, incluso sin compromiso público y solemne, se ha transformado en consagración (cosa que siempre es posible)".
La soltería ordinaria, cuando se prolonga, a menudo está cubierta de nostalgia o de ansiedad; la soledad es difícil. Para los creyentes, forma parte del misterio de la cruz, que se inscribe necesariamente en nuestras vidas, de una manera u otra.
En relación a los treintañeros – edad crítica para una elección de vida, aunque hay excepciones y "vocaciones tardías"–, una amiga me pregunta si percibo con realismo lo que ella designa ¡"el mercado del matrimonio"!
Es cierto, el estado actual del mundo no facilita siempre la constitución de las parejas cristianas. Eso pide sin duda un gesto de confianza en la Providencia. Pero también, un poco de imaginación y más iniciativa por parte de los interesados, igual que por parte de las familias y las comunidades cristianas.
Con el matrimonio se trata quizás como con las vocaciones: esperamos que el Señor nos lo "envíe", pero ¿estamos preparados para lo que nos envía?
Finalmente, diría que la soltería es menos un estado que una espera. Es, primero, la espera de un compromiso, con las preparaciones, las maduraciones, incluso las purificaciones necesarias.
Si este compromiso no se perfila, la espera se interioriza: ¿no es, implícitamente, la promesa del día en que Dios será todo en todos? Por eso evocaba las bodas del Cordero. El misterio de las bodas del Cordero puede y debe ser vivido por todos los fieles, en razón de su bautismo: "Cristo me amó y se entregó por mí", y este amor da sentido y peso a mi vida.
Por eso la soltería sigue siendo una pobreza. Pero en el Evangelio, la pobreza es menos una desgracia y más una bienaventuranza.
Padre Alain Bandelier