La creatividad y el crecimiento de una empresa se deben en gran medida a su capacidad de... bricolaje. Bueno, ahí lo tienes. Gente creativa.
Se podría pensar que la industria del bricolaje es más propensa a producir gente enfadada.
El que intente montar su armario de Ikea lleno de agujeros cuadrados con tornillos redondos, y el que se lleve la estantería por delante quince días después...
Además, hacer una operación de bricolaje puede considerarse motivo de admiración.
Y sin embargo, este gran intelectual que fue Aristóteles, afirmó enérgicamente: el hombre es el más inteligente de los animales por sus ... ¡manos!
Trabajar con las manos no es una muestra de incapacidad intelectual, es por el contrario un signo de gran inteligencia.
El bricolaje siempre te pone ante problemas que resolver: ¿Por qué hay más agua debajo de este fregadero que dentro? ¿Cómo se arregla este cuadro sin arrancar la mitad de la pared? ¿Cómo se coloca una lona de carpa que detenga el agua pero no atrape el viento?
La materia obedece a leyes que no hemos inventado: tendremos que descubrirlas y lidiar con ellas.
Tratar con: este es el lema inteligente del manitas que acepta de antemano las leyes de la realidad, y la limitación de sus recursos.
El regatista tendrá que remendar rápidamente su mástil o su vela si quiere continuar su carrera. Su tiempo es limitado, al igual que, por definición, sus medios materiales.
Hay, pues, cierta sobriedad, unida a un gran ingenio, en el manitas que busca obtener el máximo efecto o eficacia con el mínimo de recursos disponibles, en la persona que repara para hacer durar los objetos en lugar de tirarlos.
El bricolajero no considera la materia y lo tangible como un entorno hostil e incomprensible: le indigna que el motor de su coche esté ahora oculto bajo un revestimiento liso, bajo el capó.
Le indigna que el simple cambio de una bombilla de los intermitentes se haya convertido en una misión imposible por su inaccesibilidad.
Le indigna que incluso la carcasa más pequeña esté ahora soldada, como si el mecanismo quisiera seguir siendo un misterio.
Mejor que nadie, el que trabaja con sus manos capta la causa y el efecto.
Percibe cómo la exactitud de una medida, la corrección de un gesto son ricos en consecuencias.
Por lo tanto, debe anticiparse a ellos y estimar constantemente la relación riesgo-beneficio. Su experiencia, su juicio, su sentido del detalle, le llevarán a la decisión correcta.
La persona que trabaja con sus manos no tiene miedo de trastear, de improvisar, de fracasar, de tener que volver a empezar, de combinar trucos y cosas, y sobre todo tiene la alegría de admirar el resultado de su acción.
Pero, en cualquier caso, lo que sale de nuestras manos es el clamor de nuestra inteligencia.
Por Jeanne Larghero