Hay grupos de WhatsApp para todo: el regalo común para los 50 años de papá, el grupo de los padres y madres del colegio, la organización de la próxima fiesta parroquial… Se diría que nada puede hacerse ya sin esta fabulosa aplicación, símbolo de la desmaterialización del vínculo en un momento de implacable tsunami digital. Los clanes familiares también han sido seducidos por esta aplicación. Ahondamos en sus promesas y sus límites.
Cuando toda la vida pasa por WhatsApp
Daphné, de 24 años, enumera así las conversaciones en las que participa, con más o menos constancia: “Un grupo con mis hermanas y mi madre, uno con mis hermanas y sin mi madre, uno con los padres, uno con mis cuñados y mis hermanas, uno para la familia extendida de cada parte…”. Más algunas conversaciones reservadas a amigos o a trabajos de grupo. En el centro de estos espacios fuera del tiempo, las fotos de niños se cruzan con anuncios diversos y variados: notas de exámenes, un embarazo, una próxima boda… Una alegre cacofonía que no deja de recordar la de las cenas familiares. A los 65 años, Betty no escatima elogios sobre este nuevo modo de comunicación: “Estoy encantada con WhatsApp, porque es un acompañamiento enorme para mí poder imaginar la vida de mis hijos y de mis nietos. Cuanto más nos mantenemos al corriente, más nos queremos. El amor es eso: la continuidad de la vida de unos y de otros”.
Más allá del vínculo que conserva, se cultiva y se mantiene todo un espíritu familiar: “Lo que me gusta por encima de todo es el humor de nuestro grupo. Mi día comienza con estas burbujas de risa. Soy categórica, ¡los lazos son más estrechos que nunca gracias a esta mensajería!”. En cuanto a Anne-Claire, ella se alegra de poder hacer escuchar a sus hijas, una vez por semana, un capítulo de Alicia en el país de las maravillas contado por su abuela y enviado por WhatsApp desde el océano Índico. De este modo, las familias, a veces dispersas por los cuatro rincones del mundo y que luchan por reunirse un fin de semana al año, cobrarían vida en la era de Internet.
Todos hablan pero ¿quién escucha?
Sin embargo, según Marie-Laetitia Basile, psicóloga en un centro de jubilados, la prudencia es necesaria: “A menudo hay una parte de narcisismo en este tipo de redes. Cada uno cuenta lo que vive, sin necesariamente estar pendiente de responder a lo que viven los otros. Es necesario regularse: ¿de qué nos sirve este medio? ¿Sirve para mejorar la relación o para exhibirnos?”. En resumen, y profundizando un poco, ¿los aficionados de la aplicación no se ven ellos mismos un poco agobiados por estas conversaciones tan ‘simpáticas’? “Es cierto”, admite Angeline con la boca pequeña, “que en este tipo de mensajería siempre los hay quienes presumen, quienes no pueden evitar enviar toneladas de fotos de su último viaje a Grecia, de hablar sobre lo listos que son sus hijos…”.
Este límite no es el único: exceso de mensajes o, por el contrario, notable ausencia de algunos miembros de la familia, quienes no reaccionan nunca o no como es debido. Peor aún, quien abandona el grupo sin previo aviso… De hecho, no existe ningún código de buena conducta escrito y aceptado por todos. Cada cual debe recurrir al sentido común para comunicarse con prudencia. Moderación, benevolencia y reciprocidad podrían ser las palabras clave de estos grupos familiares. Sobre este punto, Betty señala con alivio que sus nietos han mantenido el hábito de, antes de escribir un mensaje a toda la familia, anunciar las grandes noticias por teléfono.
Mantenerse atentos a los allegados fuera de WhatsApp
El teléfono, precisamente, lo descolgamos cada vez menos porque WhatsApp nos basta para rascar unas pocas noticias: “Por eso detesto esos grupos”, confiesa Natacha. “Ya no dedico tiempo a llamar a la gente porque tengo una vaga idea de sus noticias a través de WhatsApp”. Jean, por su parte, admite que el grupo familiar lo redime: “No necesito llamar por teléfono porque sé lo que hace cada uno de mis primos casi en tiempo real. ¡Ahorro muchísimo tiempo!”.
Para Marie-Laetitia Basile, las cosas están claras: “Los medios sociales son útiles, pero no pueden ser suficientes. Sobre todo porque en estos grupos se dice, con frecuencia, lo que va bien, pero no lo que sentimos en lo profundo de nosotros y es con eso con lo que se alimenta una relación”. ¿Cómo sabes cuáles son las penas de esa prima que riega el grupo con fotos de sus hijos, si no es escuchando su voz? “No seamos esclavos de esta aplicación, que no es más que un medio entre otros al servicio de nuestros vínculos. Y en particular porque nuestra envidia se ve exacerbada a través de los medios, que dan la impresión de que a los demás todo les va siempre bien. ¡Eso hace cosquillas en nuestra sensibilidad e incluso nuestra susceptibilidad!”.
Betty está atenta a este detalle. Cuando uno de sus nietos reacciona menos que los demás a la conversación, no duda en invitarle a cenar para conversar realmente con él. “Yo tejo un vínculo de otra manera, entiendo perfectamente que no es fácil para todo el mundo contar su vida en estos grupos”. De hecho, ¿qué cuentan los que no tienen hijos? ¿Los que no hacen viajes? ¿Quienes no aprueban sus exámenes? Entre los “excluidos” de WhatsApp, a los que convendría prestar una atención particular, Marie-Laetitia menciona también a las personas ancianas incapaces de subirse al tren de las nuevas tecnologías. Así que nada mejor que una simple llamada telefónica de vez en cuando o una visita cuando sea posible.
Ariane Lecointre-Cloix