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¿Qué significan las palabras de Jesús “yo soy el Camino”?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 20/05/14
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Él se hace mi camino, puedo pisarlo, puedo pasar por Él
A menudo no sabemos cuál es el camino a seguir. Confundimos las verdades. Nos equivocamos y vivimos una vida distinta a la que Dios sueña para nosotros. Jesús es nuestra respuesta, nuestra verdad, nuestro camino, nuestra vida.
 
No sabemos el camino tantas veces en nuestra vida. Caminamos perdidos, sin un rumbo claro, no sabemos lo que Dios nos pide. En la Jornada Mundial de la Juventud de 1989 en Santiago de Compostela, éste era el lema que acompañó a tantos jóvenes.
 
Recuerdo el impacto que tuvo en mí aquella afirmación de Jesús. Yo estaba a punto de iniciar mi camino vocacional. Estaba dispuesto a seguir a Jesús adonde fuera. Me sentía pequeño y descubría a ese Jesús cercano que me mostraba que Él era el camino de mi vida.
 
Esas palabras confirmaron mi intuición, fortalecieron mi ánimo, me iluminaron el camino. Sabía que sólo podía seguirle si me fiaba de sus planes, si ponía mi vida totalmente en sus manos, si soltaba el timón para que Él guiara mi barca.
 
En ese momento de mi vida estas palabras calaron hondo y se quedaron en mí para siempre. Él es mi verdad, mi camino, mi vida.
 
Pero es verdad que a veces no nos fiamos tanto de sus planes. No creemos que Él sea el mejor camino. No soltamos el timón. Preferimos los atajos, las vías señaladas, los caminos más llanos y fáciles.
 
Nos asusta comenzar caminos que no lleven a ninguna parte, adherirnos a verdades que nos priven de ciertas cosas, elegir su vida que es diferente a la que esperábamos.
 
A veces nos da miedo seguir caminos que no nos hagan felices. Nos asusta tener que retroceder si nos equivocamos, porque es tan fácil despistarse y errar el camino señalado.
 
Cada palabra en la última cena tiene un valor especial. Esta noche, ante el temblor de los suyos, que se sienten perdidos, les dice más de sí mismo: «Yo soy el camino. No sólo os espero. No sólo vendré a buscaros. No sólo he estado al inicio de vuestro camino y estaré al final, guardándoos sitio. Me hago camino para que sepáis donde pisar cada día. Me hago cotidiano. Pasad por mí. Pisad por mí».
 
Jesús se adapta a nosotros. Eso lo ha hecho durante toda su vida. Se hace camino para nosotros. Los suyos están perdidos. Agobiados con preguntas que llenarían de ternura a Jesús. Pero se fían de Él.
 
Les dice que se hace camino. Que se pone debajo de nosotros. Es impresionante la imagen. Que su costado se abre para que pueda pasar, tocarlo, pisarlo. Y se hace camino para cada uno.
 
Porque cada uno tiene su camino, es verdad, cada uno de nosotros tiene una vocación, un estilo, una historia de búsqueda de Dios, una historia única, llena de idas y venidas, de opciones, de decisiones, de encrucijadas, de etapas de cuesta, de llanura, de bosque, de montaña, de campos abiertos o desierto, de noches de estrellas o noche oscura. Días de pleno sol o de sombra de árboles, de comidas con amigos o de soledad. Paradas diferentes.
 
Jesús es el camino para cada uno. No es un camino rígido al que tenemos que adaptarnos todos. A veces pensamos que todos tenemos que meternos en un camino único. Pero Él se hace mi camino. Puedo pisarlo, puedo pasar por Él.
 
Para mí eso significa, simplemente, estar con Él, desde lo que soy y lo que sueño, que modele mi corazón según el suyo, misericordioso, pobre, abierto a la vida, confiado, que sepa partirme por otros, que pueda cada día recibir el don de vivir al máximo.
 
Él es mi camino. Recorrer a Jesús. Su mirada. Su manera de escuchar. Su corazón. Su pensamiento, sus sueños, sus miedos, sus amores. Sus pies heridos, sus manos que curan, acarician, levantan y bendicen.
 
Recorrer con Él Nazaret, con María, cuando me toque vivir la vida oculta y cotidiana,

recorrer con Él el lago en mi ajetreo diario, en la pesca, recibir su llamada en la orilla, irme con Él y tener el coraje de no asegurar mi vida más que en Él, caminar con Él por Galilea, comiendo, hablando con Él, mirando cómo sana, cómo toca el corazón de otros, cómo bendice, cómo parte el pan, cómo levanta y acoge.
 
Ir a Jerusalén a su lado cuando me toque cruz, morir un poco, o cuando les toque a los que quiero. Acompañarlo a Betania y disfrutar de la amistad y la alegría. A Emaús y contarle mi vida mientras arde mi corazón y lo veo un momento, aunque luego lo pierdo.
 
Otras veces, en silencio, sencillamente estar a su lado como Juan, cuando lo recibo en la comunión. A veces lo niego y me mira, otras lo sigo y me espera, otras me voy y me respeta. Se hace camino vaya donde vaya, esté como esté. Se hace mi piedra, mi roca, mi arena, para que pueda saber, sencillamente, el siguiente paso.
 
Es el camino y el peregrino que va a mi lado, el que me sigue si me adelanto y me espera si me retraso. El que me espera pero vuelve por mí. Porque le importo. Si cambio de rumbo se vuelve a hacer camino en esa nueva opción. Nunca está todo perdido. Sale a buscarme, no espera a que vuelva a la senda correcta.
 
Creo que esto que nos dice, nos dice mucho de cómo es Jesús, de cómo es nuestra vida con Él. Cada día es una nueva oportunidad. Cada día nos muestra el camino, nunca se cierra todo.
 
Eso es lo que les dice a sus amigos: «Confía. Siempre. Soy todo para ti. Mañana moriré, pero me quedo. Porque te quiero. Porque sé que no podéis vivir sin mí, ni Yo sin vosotros. Yo soy tu vida. Cerca de mí tu vida crecerá y se hará fecunda, tendrá sentido, profundidad, intensidad. Yo soy tu verdad. Lo más hondo tuyo, tu nombre, lo que eres en tu desnudez, en tu belleza, tu secreto, tu misterio. Ahí estoy Yo. En lo más hondo te cuido. Yo soy tu camino. Para que nunca te sientas perdido. Me encanta tu camino. Está lleno de posibilidades. En ese camino, que tú a veces desprecias, ahí es donde me hago presente y te espero. Es el camino que te hará feliz». Son palabras de esperanza y de luz. No queremos dejar su camino, porque es nuestro camino.

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