Compasión es animarse a reconocer nuestro destino recíproco de manera que podamos avanzar, todos juntos, hacia la tierra que Dios nos está mostrando
Cuando rezas, no sólo te descubres a ti mismo y descubres a Dios, sino que también descubres al prójimo. Porque, en la oración, no sólo profesas que las personas son personas y Dios es Dios, sino también que tu prójimo es tu hermana o tu hermano que vive a tu lado. Porque la misma conversión que te conduce al doloroso reconocimiento de tu malherida naturaleza humana, también te lleva a admitir con júbilo que no estás solo, sino que ser humano implica convivir.
Precisamente en este punto, surge la compasión. Esta compasión no queda cubierta por la palabra "lástima" ni por "simpatía". "Lástima" connota demasiado la idea de distancia. "Simpatía" implica una cercanía exclusiva. La compasión va más allá de la distancia y de la exclusividad.
Compasión es animarse a reconocer nuestro destino recíproco de manera que podamos avanzar, todos juntos, hacia la tierra que Dios nos está mostrando. La compasión también implica compartir en el gozo, lo cual puede ser tan importante como compartir el dolor. Darles a todos la posibilidad de ser completamente felices, dejar que su júbilo florezca por completo. Ofrecemos verdadero consuelo y apoyo cuando podemos decir de corazón: "Eso es verdaderamente bueno para ti" o "Me alegra ver que lo hiciste".
Por lo tanto, la conversión hacia Dios implica, al mismo tiempo, una conversión hacia las otras personas que viven contigo en esta Tierra. El granjero, el trabajador, el estudiante, el preso, el enfermo, la persona negra, la persona blanca, el débil, el fuerte, el oprimido y el opresor, el paciente y aquel que cura, el torturado y el torturador, no sólo son personas como tú, sino que están llamadas a reconocer contigo que Dios es un Dios para todos.
Autor: Henri Nouwen. Artículo originalmente publicado por Oleada Joven