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Cruzadas, Inquisición y Guerra contra las mujeres: es hora de derribar mitos

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Susan Wills - publicado el 09/03/15
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Lo que necesitas saber para responder a las falsedades y lugares comunes sobre la IglesiaEn tiempos de terrorismo diseminado por todos los continentes, no faltan afirmaciones gratuitas de todo tipo, sea para poner a todos los musulmanes en el mismo saco con los terroristas, sea para intentar librarlos de esa generalización mediante más generalizaciones respecto a otras religiones (con preferencia, la católica).

Entre las palabras de moda, vuelven a la palestra las indefectibles acusaciones del tipo “No olviden los actos bárbaros cometidos en nombre de Cristo durante las Cruzadas y la Inquisición!”, además de reduccionismos al orden del día, como la llamada “Guerra contra las mujeres”, expresión que está de moda aquí en Estados Unidos y en buena parte de Europa occidental.

Pero hoy hechos históricos que son cuidadosamente dejados de lado respecto a estos clichés. Veamos algunos:

Las Cruzadas

¿Será verdad que los cruzados no eran más que saqueadores y vándalos crueles que distorsionaban el cristianismo, como afirma la visión popularizada de esos episodios de la historia medieval?

Thomas F. Madden, historiador de las Cruzadas y director del Centro de Estudios Medievales y Renacentistas de la Universidad de Saint Louis, afirma que no. Él lleva tiempo en una “cruzada en solitario” para desenmascarar los mitos populares sobre las supuestas atrocidades patrocinadas por la Iglesia católica entre los siglos XII y XVI.

Madden explica que los guerreros del islam, con enorme energía, comenzaron a combatir a los cristianos después de la muerte de Mahoma. Y los musulmanes tuvieron mucho éxito en la empresa comenzada, hasta el punto de que en Palestina, en Siria y en Egipto, que antes eran las regiones más fuertemente cristianas del mundo entero, sucumbieron rápidamente.

En el siglo VIII, los ejércitos musulmanes ya habían conquistado todo el Norte de África y España, que también eran, anteriormente, áreas cristianas. En el siglo XI, los turcos seleúcidas conquistaron Asia Menor (actual Turquía), que había sido cristiana desde los tiempos del Apóstol San Pablo.

El antiguo Imperio Romano de Oriente, que los historiadores modernos prefieren llamar Imperio Bizantino, se redujo a poco más que el territorio de la Grecia actual. Desesperado, el emperador bizantino, cuya sede estaba en Constantinopla (actual Estambul, Turquía), envió un mensaje a los cristianos de Europa occidental pidiendo ayuda para defender a sus hermanos y hermanas de Oriente.

Fue este el contexto que dio a luz a las Cruzadas. Ellas no fueron fruto de la imaginación de un papa ambicioso o de caballeros voraces, sino una respuesta a más de cuatro siglos de conquistas musulmanas que ya habían dominado dos terceras partes del viejo mundo cristiano. El cristianismo, como fe y cultura, tenía que tomar una decisión: o se defendía o era engullido por el islam. Las Cruzadas fueron la estrategia adoptada para la reacción en defensa propia.

Madden describe los dos objetivos establecidos por el papa Urbano II para las Cruzadas: rescatar a los cristianos de Oriente Medio, que estaban siendo esclavizados por el dominio musulmán, y liberar de los musulmanes la ciudad de Jerusalén y otros lugares santificados por la vida de Cristo. Lejos de ser una distorsión del catolicismo, las Cruzadas nacieron del mismo corazón de la fe, explica el historiador, citando una carta del papa Inocencio III a los Caballeros Templarios: “Vosotros realizáis con hecho las palabras del Evangelio: nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”.

En la ejecución práctica de las ocho Cruzadas, sucedieron, está claro, muchos abusos inadmisibles por parte de los grupos combatientes. Pero de ahí a afirmar gratuitamente que las Cruzadas ya fueron concebidas con fines violentos extrapola y mucho la veracidad histórica.

La Inquisición

Prácticamente todo lo que creemos que sabemos sobre la Inquisición también está distorsionado, explica Madden. En 1998, el papa Juan Pablo II abrió los archivos del Santo Oficio a un equipo multidisciplinar formado por 30 expertos de diferentes partes del mundo. El informe de 800 páginas escrito por ese equipo fue publicado en 2004, confirmando lo que muchos historiadores ya habían descubierto al hacer investigaciones previas en otros archivos europeos: la idea popular de lo que fue la Inquisición se basaba en mitos (y sigue pasando).

En la Edad Media, la herejía era considerada un crimen contra el Estado, castigado con la muerte. No era la Iglesia quien condenaba a los herejes a la muerte: al contrario, el papa Lucio III estableció el tribunal de la Inquisición precisamente para evitar que las acusaciones de herejía, hechas por el Estado, fuesen juzgadas por jueces civiles, que ignoraban la doctrina y consideraban a los acusados indiscriminadamente culpables.

Con el tribunal de la Inquisición, las acusaciones de herejía podrían pasar por el análisis de teólogos competentes que, en casi todos los casos, impidieron las sentencias de muerte. Mientras que los reyes, de acuerdo con Madden, veían a los herejes como traidores que cuestionaban su “autoridad concedida por Dios”, la Iglesia los veía como “ovejas perdidas que se habían desviado del rebaño”.

La mayoría de las personas acusadas de herejía ante la Inquisición fueron absueltas o tuvieron sus sentencias suspendidas. Los culpables de grave error doctrinal eran autorizados a confesar sus pecados, hacer penitencia y ser reintegrados al Cuerpo de Cristo. Los herejes impenitentes u obstinados eran excomulgados y entregados a las autoridades laicas.

A pesar de los mitos populares, la Inquisición no quemaba a los herejes. La realidad es que la Inquisición medieval salvó a muchos miles de personas inocentes (y algunas no tan inocentes) de ser quemadas vivas por los señores feudales o por la furia de la multitud.

Mucho tiempo más tarde, los procesos inquisitoriales fueron asumidos por las autoridades civiles, que no mostraban el perdón y la misericordia que la Iglesia había mostrado.

La contemporánea “Guerra contra las mujeres”

La llamada “Guerra contra las mujeres” es la más reciente acusación infundada sufrida por la Iglesia. Como la doctrina católica propone la permanente apertura de los casados a la vida, se opone claramente al aborto y a los medios artificiales de control de la natalidad, la Iglesia se ha vuelto el blanco principal de radicales feministas, progresistas, libertinos, de segmentos de medios de comunicación, del mundo académico y del gobierno, entre otros grupos contrarios a ella.

Cuando el papa emérito Benedicto XVI afirmó que los preservativos no son la solución a la crisis del Sida en el África subsahariana, fue tachado de “terriblemente ignorante” y responsabilizado de las muertes a causa del Sida en el continente (como si todas las muertes por Sida tuvieran lugar entre los católicos practicantes que obedecen a las enseñanzas de la Iglesia; al contrario, esos católicos forman justamente el grupo de menor riesgo, porque se abstienen del sexo antes del casamiento y porque se mantienen fieles después).

Mientras que el gobierno de Barack Obama pisoteaba la libertad religiosa en Estados Unidos al forzar a las instituciones católicas a proporcionar anticonceptivos como parte de los planes de salud de sus trabajadores, ¡es la Iglesia quien recibía las acusaciones de agresión contra las mujeres! ¡Por oponerse a la financiación de los contribuyentes norteamericanos a organizaciones abortistas como la Planned Parenthood, que es la más prolífica máquina de asesinatos de Estados Unidos, es nuevamente la Iglesia la acusada de “hacer la guerra contra las mujeres”!

En la última campaña electoral, con base en la Primera Enmienda a la constitución norteamericana, los candidatos que defendieron la libertad religiosa de las instituciones católicas y de los individuos ante la tentativa del gobierno Obama de obligarlos a proporcionar “beneficios” que ellos consideran inmorales, también fueron acusados de formar parte de la “guerra contra las mujeres”.

Ese mismo argumento será resucitado, muy probablemente, en las próximas elecciones. El verdadero villano de la “guerra contra las mujeres” en Estados Unidos no es la Iglesia, sino la política de salud pública del gobierno Obama, el popularmente llamado “Obamacare”. Contraceptivos, abortivos y esterilización no hacen más que perjudicar el funcionamiento saludable del sistema reproductivo femenino, causando innumerables riesgos a las mujeres.

Una investigación hecha en 2011 sobre el equilibrio entre trabajo y vida personal constató que el perfil “más infeliz” entre los profesionales norteamericanos es el de “mujer de aproximadamente 42 años, soltera, con renta familiar de unos 100 mil dólares al año, profesional liberal (médico o abogado, por ejemplo)”.

Aunque esa mujer de carrera, “libre de marido e hijos que la opriman” se declara infeliz, es precisamente ella el “modelo ideal de emancipación” propuesto a las mujeres por organizaciones norteamericanas como la National Organization for Women y el Fund for a Feminist Majority.

Además de esas manipulaciones de la realidad, existe otra razón muy sólida para que los críticos contrarios a la Iglesia católica dirijan sarcasmo contra otros objetivos. La Iglesia es la mayor organización caritativa del planeta Tierra en términos de ayuda concreta en áreas como la alimentación, el vestido, la vivienda, el tratamiento médico y la educación. Ella administra ayuda a los necesitados del mundo entero desde hace dos milenios, incluyendo poblaciones que no son católicas, y ni siquiera cristianas.

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