A veces tengo la sensación de que las familias nos autojustificamos a la hora de dar pasos claros en la dirección de la radicalidad evangélica. Es como si estar casados, tener que mantener una familia, ser más de uno y de dos a la hora de tomar decisiones, etc. nos condujera sin remedio a una vivencia del Evangelio ciertamente acomodada y mediocre, siendo masa y no tanto fermento.
Las familias, a veces, actuamos como las grandes corporaciones privadas o como las grandes estructuras de un Estado. Todo cambio supone un gran reto, un esfuerzo terrible, y mover la maquinaria pesada familiar lleva, tantas veces, a no planteárselo. No sé si es pereza, miedo o, simplemente, como dice un tío mío, que ya hemos echado la forma del sofá y del mando de televisión.
Vivimos tiempos de cambio, político y social. Estoy convencido de que la familia debe situarse en el centro y construir una nueva sociedad. Familias creyentes y no creyentes tienen mucho que aportar desde los valores por todos reconocidos en la institución familiar. Y los creyentes, más si cabe. La familia debe ser, en este tiempo nuevo, sal y luz. La familia, atacada y tantas veces desprotegida, debe resurgir desde la fortaleza de su debilidad y tomar el protagonismo, asumir el reto de liderar la nueva evangelización, tomar el testigo del seguimiento radical de Jesús. La historia ha tenido momentos para todos. Hubo épocas de florecimiento para órdenes y congregaciones religiosas, florecimiento de santos y santas, monasterios, conventos, pensadores y científicos, artistas e, incluso, gobernantes y reyes que llevaron la palabra de Jesús de Oriente a Occidente. ¿No puede ser ahora la hora de las familias?
1. Familias que vivan la pobreza como un modo de seguir a Jesús. Familias, cuyos padres e hijos, sepan ser y estar en el mundo pero desde una opción preferencial por los pobres. Estar cerca de los pobres y sabiendo vivir con poco; compartiendo cuando los recursos son generosos y no concediéndose caprichos y lujos. Ser "hogar" para aquellos que necesitan el alimento de la fe, el alimento material, el alimento cultural…
2. Familias que hagan de sus casas auténticos ágoras abiertos a todos; donde las ideas, las creencias, las maneras de ser y de vivir… puedan ser acogidas, compartidas, dialogadas, comunicadas… Hogares donde cualquiera se sienta en casa. Hogares accesibles, sencillos y llenos de calor y espíritu de encuentro, cariño y respeto mutuo.
3. Familias que se muestren disponibles a levantar la tienda y acudir a la llamada del Señor para servir donde más se les necesite. Familias ligeras de equipaje, libres, versátiles… auténticas fuerzas de intervención rápida con las que poder contar para llevar su amor a otros. Familias que sean "cascos azules" civiles para pacificar obras, pueblos, personas, parroquias, barrios… Familias que sean capaces de que el amor que los une pueda ser ofrecido más allá de ellos mismos.
4. Familias que ayuden a otras familias, incluso desde el momento en que una familia en sólo una posibilidad en la mente y en el corazón de una pareja de novios que comienzan su andadura. Familias que acompañen en el camino a otras, que ofrezcan su experiencia, su vida gastada, a otros matrimonios, parejas, madres y padres, hijos… que, en el camino, encuentran dificultades pesadas que no saben cómo sortear. Familias que lleven la caricia de la Iglesia a todas las realidades familiares y que sean perfume y calmante para todos.
El reto es mayúsculo. ¿Nos atrevemos a dar un paso adelante? ¿Nos lo dejan dar?
@scasanovam