Cuando me faltan las fuerzas y no logro ni siquiera recitar mis oraciones, repito: ‘Jesús, aquí estoy, soy Francisco’“Después de mi liberación, muchas personas me han dicho: ‘Padre, en la prisión usted ha tenido mucho tiempo para orar’. No es tan simple como se podría pensar. El Señor me ha permitido experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental. El tiempo pasa lentamente en la prisión, particularmente durante el aislamiento. Imaginen una semana, un mes, dos meses de silencio… son terriblemente largos, pero cuando se transforman en años se hacen una eternidad. Un proverbio vietnamita dice: ‘Un día en prisión es como mil otoños fuera’. ¡Hay días en que, al extremo del cansancio, de la enfermedad, no logro recitar una oración!
Me viene a la mente una historia, la del viejo Jim. Cada día, a las 12, Jim entraba a la Iglesia por no más de dos minutos y luego salía. El sacristán, que era muy curioso, un día detuvo a Jim y le preguntó:
— ¿A qué vienes cada día?
— Vengo a orar
— ¡Imposible! ¿Qué oracion puedes decir en dos minutos?
— Soy un viejo ignorante, oro a Dios a mi manera.
— Pero ¿qué dices?
— Digo: Jesús, aquí estoy, soy Jim. Y me voy.
Pasaron los años. Jim, cada vez más viejo, enfermo, ingresó al hospital, en la sección de los pobres. Cuando parecía que Jim iba a morir, el sacerdote y la religiosa enfermera estaban cerca de su lecho.
— Jim, dinos ¿por qué desde que tú entraste a esta sección todo ha mejorado y la gente se ha puesto más contenta, feliz y amigable?
— No lo sé. Cuando puedo caminar, voy por todas partes visitando a todos, los saludo, platico un poco; cuando estoy en cama llamo a todos, los hago reír a todos y hago felices a todos. Con Jim están siempre felices.
— Y tú, ¿por qué eres feliz?
— Ustedes, cuando reciben diario una visita, ¿no son felices?
— Claro. Pero ¿quién viene a visitarte? Nunca hemos visto a nadie.
— Cuando entré a esta sección les pedí dos sillas: una para ustedes, y otra reservada para mi huésped, ¿no ven?
— ¿Quién es tu huésped?
— Es Jesús. Antes iba a la Iglesia a visitarlo ahora ya no puedo hacerlo; entonces, a las 12, Jesús viene.
— Y, ¿ qué te dice Jesús?
— Dice: ¡Jim, aquí estoy, soy Jesús!…
Antes de morir lo vimos sonreír y hacer un gesto con su mano hacia la silla cercana a su cama, invitando a alguien a sentarse… sonrió de nuevo y cerró los ojos.
Cuando me faltan las fuerzas y no logro ni siquiera recitar mis oraciones, repito: ‘Jesús, aquí estoy, soy Francisco’. Me entra el gozo y el consuelo, experimento que Jesús me responde: ‘Francisco, aquí estoy, soy Jesús’”.
Del libro Cinco panes y dos peces del Cardenal Fco. Xavier Nguyen Van Thuan
Artículo originalmente publicado por Catholic Link