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Ni el hombre es un mono, ni el mundo se hizo en seis días

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Marcelo López Cambronero - publicado el 25/04/16
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Muchos católicos creen que la Iglesia lee al pie de la letra el Génesis, y se equivocanMuchos católicos y no católicos piensan que la respuesta de la Iglesia a la Teoría de la Evolución es el “creacionismo”, que la idea de que las especies evolucionen está en contra de la Biblia o que los Papas han condenado insistentemente el “evolucionismo” como una doctrina científica que atenta contra las verdades de la fe. Sin embargo, no es cierto.

¿Qué es la Teoría de la Evolución?

La Teoría de la Evolución se fundamenta en la concepción del desarrollo de la vida que postula Charles Darwin en El Origen de las Especies (1859).

Según Darwin cada individuo lucha por adaptarse a su ambiente, a su entorno, y aquellos que lo logran tienen más posibilidades de sobrevivir y reproducirse, transmitiendo sus genes.

De esta manera la especie mejora a lo largo de los tiempos (en el sentido de integrarse mejor en su ambiente). También pueden producirse mutaciones y algunas de ellas ser beneficiosas, como el nacimiento de una jirafa con un cuello más largo que le permita alcanzar la comida que sus compañeras dejan en las copas de los árboles, o dar lugar a nuevas especies o subespecies.

Los factores que guían estas transformaciones, según Darwin, son el azar y la lucha por la supervivencia, y en ningún caso se requiere de la intervención divina.

A lo largo de los siglos XIX y XX se han producido varios descubrimientos científicos que parecen ser acordes con esta teoría, pero por un lado no se han encontrado pruebas lo suficientemente concluyentes como para considerarla probada y, por otro, también se han hallado fósiles y sedimentos que la desdicen en parte o ponen en dificultades su coherencia interna.

Además, la Teoría de la Evolución contradice el sentido común como explicación general sobre el origen de la vida.

Para que la vida se generara tuvieron que ocurrir millones de cosas, algunas simultáneas y otras progresivas, y todas ellas son tan casuales que parecen imposibles.

La probabilidad de que estos sucesos tuvieran lugar y lo hiciesen en el orden y de la manera adecuada es tan pequeña como que un grupo de hormigas con las patas mojadas en tinta atravesaran unos folios tirados en el suelo dejando escrito a su paso El Quijote, por usar solo uno de los muchos ejemplos que los científicos utilizan para mostrar la altísima improbabilidad de que el azar diera como resultado la vida en nuestro planeta.

Parece más razonable pensar que si las cosas sucedieron como sucedieron es porque detrás de los cambios había un diseñador inteligente, alguien que dirigía y promovía las distintas transformaciones.

¿Qué es el creacionismo?

El creacionismo es una ideología cuyo origen está en las interpretaciones literalistas de la Biblia que defendieron algunos grupos protestantes estadounidenses como reacción contra el evolucionismo.

Nunca ha sido defendida por la Iglesia católica y el método de interpretación de los textos que siguen sus líderes está muy lejos de lo que se podría considerar aceptable en cualquier facultad de Teología.

Juan Pablo II lo explicó perfectamente en un discurso de 23 de abril de 1993, al señalar que en la lectura de la Biblia tratamos de “comprender el sentido de los textos con toda la exactitud y precisión posibles y, por tanto, en su contexto histórico y cultural. Una falsa idea de Dios y de la Encarnación empuja a un cierto número de cristianos a seguir una orientación contraria. Estos tienen la tendencia a creer que, siendo Dios el ser absoluto, cada una de sus palabras tienen un valor absoluto, independiente de todos los condicionamientos del lenguaje humano (…) Cuando se expresa en un lenguaje humano no da a cada palabra un valor uniforme, sino que utiliza los posibles matices con extrema flexibilidad, y acepta también sus limitaciones”.

Siguiendo un tipo de lectura literal y uniforme los creacionistas afirman que el universo se hizo exactamente en seis días, como si el autor inspirado de aquella época pensara construir un relato históricamente preciso, cosa que solo puede pensar un sujeto de nuestro tiempo.

Lo cierto es que el narrador nos presenta un discurso literario en el que interesa mucho más el contenido esencial, el sentido del texto, que la exactitud de los acontecimientos.

El mismo Juan Pablo II, en un discurso de 1981 a la Academia Pontificia de las Ciencias insistía en que “la Biblia nos habla del origen del universo y de su constitución, no para proporcionarnos un tratado científico, sino para precisar las relaciones del hombre con Dios y con el universo. (…) Cualquier otra enseñanza sobre el origen y la constitución del universo es ajena a las intenciones de la Biblia, que no pretende enseñar cómo ha sido hecho el cielo, sino cómo se va al cielo”.

Entonces, ¿evolucionismo o creacionismo?

Ambas posturas cuentan con extremos inaceptables.

En la Encíclica Humani Generis de Pío XII (1950) se rechazan las posiciones evolucionistas que niegan por prejuicios la posibilidad de que Dios interviniese en el origen de la vida, pero no se condena la teoría científica.

Con buen criterio se advierte de que se trata de una teoría no verificada y de que sería un error no entenderla como tal.

Por su parte Juan Pablo II, en una catequesis de 16 de abril de 1986, se expresó con toda claridad al aceptar la posibilidad de algún tipo de evolución: “se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de los seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia”.

Efectivamente es posible concebir que a lo largo de la historia los cuerpos de los seres vivos hayan sufrido ciertas evoluciones que se plasmaran en distintas especies o en el desarrollo de una en concreto.

Lo que no es concebible es que del desarrollo ciego de la materia haya surgido el espíritu humano, que solo se puede comprender como imagen y semejanza del Dios creador.

En conclusión, ninguna teoría científica seria sobre el origen del universo o de la vida es incompatible con la fe, como indicaba el papa Francisco ante la Academia Pontificia de las Ciencias: “El inicio del mundo (…) se deriva directamente de un Principio supremo que crea por amor. El Big-Bang, que hoy se sitúa en el origen del mundo, no contradice la intervención de un creador divino, al contrario, la requiere. La evolución de la naturaleza no contrasta con la noción de creación, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan”.

 

 

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