A casi todo el mundo le gustan los gatos. Los videos de gatitos en internet son, de hecho, quizá de los más populares (¿ya nos olvidamos del meme de Grumpy Cat?); y la cantidad de gatos que protagonizan cómics (desde Félix al Gato Fritz) parecen indicar que, en efecto, los felinos son prácticamente del agrado de todo el mundo.
Y, de hecho, siempre ha sido así. Incluso en la Edad Media, era común encontrar un gato en casi cualquier lado; y en monasterios y conventos los gatos eran siempre bienvenidos, pues ayudaban a mantener a raya a roedores y demás bichos que podrían no sólo traer enfermedades sino robarse el pan y estropear cosechas.
Pero esta actividad de cazar roedores, beneficiosa en todo sentido, puede interpretarse, metafóricamente, en maneras que arrojan otra luz sobre ella. No es extraño conseguir textos medievales en los que se dice que el demonio juega con el pecador como el gato con el ratón antes de matarlo, por ejemplo.
Crueldad felina
Así, la imagen del gato como un animal cruel, que disfruta del dolor ajeno, ayudó a crear cierta asociación del animalito con el demonio; y la leyenda que asocia al diablo con un gato negro – que supuestamente se aparecería en ritos satánicos – se popularizó al punto de que Cátaros y demás herejes eran acusados de adorar gatos.
De hecho, en el juicio contra los Templarios, se les acusó – entre tantas otras cosas – de permitir que los gatos asistiesen a los actos litúrgicos, según se lee en este post de Medievalists.net.
La medievalista Irina Metzler, autora de Gatos heréticos: simbolismo animal en el discurso religioso, señala que quizá la naturaleza independiente del gato contribuyó a crearle esa mala fama. El libro del Génesis sugiere que los animales fueron creados para servir y ayudar al hombre; pero el gato, por muy doméstico que sea, nunca obedecerá como obedece un perro, un caballo o una vaca.
Difícil de domesticar
Metzer escribe: