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Ningún sufrimiento es en vano

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David Mills - publicado el 18/01/17
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La gente que atraviesa por esto a menudo quiere una respuesta mágica, una técnica o truco, algo que realmente ayude: no existe Ningún sufrimiento es en vano. Y no me estoy refiriendo al sufrimiento que ofrecemos por el prójimo. Me refiero a que, en cierto modo, nos estamos entrenando. Nuestro sufrimiento es útil en este mundo y eso es una bendición que hace que nuestras pérdidas sean un poco más fáciles de llevar.

La pasada noche estaba sentado en nuestra sala de estar, entrada la madrugada, mientras revisaba la prosa de una persona, cuando llegó un correo electrónico de un amigo. Por lo general es un amigo divertido, y revisar el estilo de un texto no lo es, así que abrí su mensaje.

Me escribía desde un hospicio. Uno de sus amigos más próximos acababa de ingresar, después de tres años y medio luchando contra un agresivo cáncer cerebral. Me pedía consejo sobre cómo acompañar a su amigo en su viaje. Se disculpó por escribirme con un tema tan doloroso, pero necesitaba ayuda de verdad.

La larga noche en el hospicio

Mis pensamientos se remontaron a tres meses atrás, en aquella larga noche en el hospicio sentado junto a la cama de mi hermana. Era el final de seis meses dedicados a ella casi por completo. Escribí aquí sobre aquel último día y noche. Fue un dolor inconcebible.

Así que tenía algo que decir a mi amigo, algo que podía decir con autoridad. Cuando mi hermana agonizaba y durante un tiempo después de su muerte, la gente me decía todo tipo de cosas, con la intención de ayudar y consolar. Recibí muchos consejos junto con las fraternales condolencias. La intención era buena y por lo general veía la verdad de lo que me estaban diciendo, pero aun así quería que gran parte de ellos se callaran, o que se callaran y se largaran.

Algunos hacían que la cosa pareciera fácil, pero eso solo empeoraba el problema. Incluso cuando percibían el dolor, muchos hablaban de algo que no conocían. Quizás decían verdades, pero eran verdades de segunda o de tercera mano.

Aquellos que habían sufrido de la misma forma rara vez decían algo. Ya sabían lo que estaba aprendiendo. Las pocas palabras que pronunciaban las decían con autoridad. Incluso su sencillo “lo siento mucho” significaba mucho, porque habían pasado por lo mismo.

Hablaban con solidaridad de camaradas, de compañeros veteranos. Sentía como si nos sostuviéramos hombro con hombro en la batalla. Ninguno hablaba como si tuviera una respuesta. No tenían que decir mucho, aunque lo que decían siempre era de ayuda. Con su comprensión era suficiente.

El mensaje de respuesta

Por supuesto, respondí a mi amigo de inmediato. Y esto fue lo que le dije.

Las personas que atraviesan algo así a menudo desean una respuesta mágica, algún truco o método infalible, algo que puedan hacer y que sirva de ayuda de verdad. Lo sé por experiencia. Y también sé que no hay ninguno.

Mi respuesta no es dramática y puede que no resulte satisfactoria, le escribí. Pero lo mejor que puedes hacer para acompañarle es únicamente eso, acompañarle.

Le dije que según mi experiencia y según lo que había aprendido de otros, los agonizantes pasan página a medida que se acercan más a la muerte. No quieren nada de nosotros, no quieren que les aleccionemos, no quieren interactuar con nosotros. Tal vez nosotros queramos esa Gran Charla, pero ellos no. No podemos hacer nada (excepto la ayuda práctica), además de estar con ellos. Eso es lo que quería mi hermana.

Le hablé a mi amigo sobre el final. Mi esposa y yo nos turnábamos sentados junto a Karen durante sus dos últimos días. Es todo lo que ella quería. No quería hablar. De todas formas, no hay nada que decir. La mayoría no quiere escuchar piedades, ni siquiera o sobre todo si son creyentes.

Entonces me senté con ella durante su última noche, después de que empeorara claramente, hasta que decidió que quería ir al hospicio. Cuando llegamos allí, sobre las 10:00, ya estaba dormida. Rezamos In paradisum a su lado y luego me senté junto a ella toda la noche. Mi esposa Hope dormía a cabezadas irregulares en el sofá.

Yo sostenía la mano de mi hermana y de vez en cuando le cantaba, quizás en gran parte por satisfacción propia, aunque algunos expertos afirman que los moribundos pueden escucharte incluso cuando crees que duermen. Tal vez porque había escuchado la canción en la radio aquel día, canté varias veces el primer verso y el estribillo de Long May You Run, de Neil Young. No sé a qué se refiere el “corazón cromado” de la letra, pero “tu corazón cromado brilla bajo el sol / que corras lejos”, me parecía apropiado para ella.

De vez en cuando le hablaba. Recé muchas decenas del rosario. Lloré mucho.

Simplemente, está ahí

El que yo estuviera ahí los últimos días era importante para ella. Rezo por que mi presencia en el hospicio después de que se durmiera significara algo también para ella, aunque no lo sabré hasta el próximo mundo.

Pero acompáñale, simplemente está ahí. Es muy importante.

Esto fue lo que escribí a mi amigo y le pareció útil. El sufrimiento de aquel día con mi hermana ha resultado ser útil para alguien que necesitaba escucharlo de un veterano. Esto es algo que alivia mucho la carga, cuando hay tanto en la vida que conspira para recordarte el dolor. Tu sufrimiento no es en vano. Te están entrenando.

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