Creo en el esfuerzo, en la lucha, en la entrega. Las cosas no llegan a mis manos por arte de magia. El que no lucha no consigue crecer en nada. El esfuerzo nunca puede ser negociable.
Decía Toni Nadal después de la victoria de su sobrino Rafa Nadal: "Rafael se ha vuelto a demostrar a sí mismo que con esfuerzo y dedicación se pueden conseguir las cosas". Su regreso a la élite después de mucho tiempo de lesiones y dificultades así lo demuestra.
A veces soy yo quien duda de mí mismo, de mi capacidad, de mis posibilidades. No creo en mí, no me veo con fuerzas para seguir luchando. Tiro la toalla antes de tiempo. Desconfío de mis posibilidades. La verdad es que es común en mi alma ese sentimiento de desconfianza.
Me gustaría demostrarme a mí mismo que puedo llegar más lejos. Que puedo vencer mis miedos. Que lo puedo hacer si lucho, si no doy tregua, si pongo mi vida en ello.
Pero a veces otros me desaniman. Me dicen que no puedo, que no lo voy a lograr. Me dan por perdido antes de haberlo intentado.
Lo que más me ha hecho crecer en la vida es la fe de otros en mí. La confianza que tenían en mi vida, en mis talentos, en el camino emprendido.
Otras veces me han desanimado comentarios llenos de dudas y desconfianza. Al final era yo el que decidía a quién hacer caso. Al que me desaconsejaba seguir luchando. O al que me animaba a no dejar de darlo todo. Mi fe fue creciendo a medida que escuché más a los que sí creían. Y creí en ellos. Y creí en mí.
Esa fe de ellos aumentó mi fe. Como la semilla que crece bajo la tierra. Oculto en mi corazón anidó el deseo de llegar más lejos, de superar muros insalvables, de luchar hasta dar la vida en el intento. Me gusta esa mirada sobre mi vida. Esa fe inquebrantable en mí mismo, en lo que Dios puede hacer conmigo.
La fe no está reñida con las dudas. Más bien coexisten en mi alma. Dudo y creo. Tengo dudas y fe al mismo tiempo. Comenta el tenista Rafael Nadal después de ganar su último torneo: "Tengo dudas todos los días. Y creo que es bueno, porque las dudas te dan la posibilidad de trabajar con más intensidad, de ser más humilde y aceptar que necesitas trabajar. Dudo para mejorar. En esos años las tuve. Ahora las tengo a veces, porque en el tenis cada semana es una historia. Tengo dudas porque no me considero arrogante".
La fe no me exime nunca de las dudas. Creo en mí y me vuelvo a poner nervioso ante los desafíos de la vida. Dudo y temo ante lo que no sé hacer, ante los nuevos desafíos. Pero luego hago lo de siempre y también tengo miedo, como si fuera la primera vez. Dudo de mí siempre de nuevo. La duda forma parte de mi fe, de mi camino de fe.
Pero no quiero que la duda me estanque y bloquee mis deseos de seguir luchando. Esa duda sí que es mala. Esa duda me aparta del camino trazado. Quiero luchar por erradicar esa duda que me entristece y hunde.
El papa Francisco les pedía a los cristianos luchar por erradicar esa duda de muchos corazones: "Se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad". Yo quiero acabar con esa duda que me impide seguir luchando.
Me gusta una lectura que leí sobre los milagros de Jesús: "Jesús no cura para despertar la fe, sino que pide fe para que sea posible la curación". Jesús no hace milagros para que aumente mi fe. Los hace cuando hay algo de fe en mi alma, una pequeña semilla de esperanza, un brote de vida nueva. Necesita un pequeño atisbo de luz en mi alma. Un primer sí débil que me habla de querer seguir luchando. Y entonces crece mi fe.
Las dudas serán parte del camino. Pero la fe es el motor que quiero pedirle a Dios cada mañana. La fe en mí mismo. En el camino que Dios me ha regalado. En los talentos que ha sembrado en mi alma. En la luz que ha puesto en mi corazón. En mi pasión por la vida. En mis ganas de luchar después de cada caída. Fe en que después de una derrota puede venir la victoria.
Y aunque me vea lejos de lo que sueño no puedo conformarme con una vida mediocre. Esa fe es un don que le pido a Dios cada mañana. Que me deje creer de nuevo en el tesoro que ha sembrado en mí.