Pedirles que sean valientes -aunque esa sea la meta- nada más porque sí no dará resultadosSí, nuestros niños también sienten miedo. ¿Y qué es lo que hacemos cuando nos lo manifiestan? ¡Claro! Nuestra gran y maravillosa respuesta automática: “No tengas miedo”. Y con esto pretendemos que de inmediato el miedo se vaya de ellos.
No papás, no funciona así. Sí creemos que porque son niños no entienden o que esas son cosas de chiquillos, o bien, que porque papá les ordena que no tengan miedo así deben obedecer, esos miedos se les pueden arraigar y después en la edad adulta les traerán consecuencias. El que nosotros les ofrezcamos una negativa como respuesta lejos de tranquilizarles les generará más ansiedad porque lo que sienten -para ellos- es muy real.
Como padres necesitamos ser sensibles y comprensivos a las necesidades de los niños y darles la guía y las oportunidades idóneas para que ellos mismos aprendan a enfrentarse a sus propias aflicciones, a sus miedos y, en general, a sus emociones de una manera asertiva y sin esperar a que respondan como adultos. Pedirles que sean valientes -aunque esa sea la meta- nada más porque sí no dará resultados. El niño podrá obedecer, sí. Y quizá lo logre, pero será por medio de anestesiar lo que siente. Es decir, de generar tal mecanismo de defensa que, en vez de enfrentar sus emociones, en este caso el miedo, aprendió a reprimir lo que siente.
Lo que el niño percibe es que si mamá/papa le dicen que “no” al sentir, entones esto debe ser algo malo. Por lo tanto, el sentir es malo. Porque su pensamiento no se limitará a “no sentir miedo”, sino toda clase de emociones que le causen algún malestar. Grave error.
Los hijos aprenden por medio del ejemplo. Es básico que como padres tengamos la sabiduría de no transmitirles nuestros miedos. Si el hijo observa constantes comportamientos ansiosos, inseguros o negativos por parte nuestra, esos mismos son los que irá desarrollando durante su vida. Lo más peligroso es que crecerá creyendo que vivir con miedo en lo normal.
La mayoría de los miedos infantiles tienden a desaparecer con la madurez. Sin embargo, hay algunos que lejos de marcharse, se arraigan y dejan huella, muchas veces de manera inconsciente.
Recuerdo cuando mi hijo comenzaba a manejar. Cuando yo iba con él en el auto invariablemente acabábamos de pleito y él terminaba estresadísimo. Me ponía muy nerviosa y no porque manejara mal. Él me decía que no le tenía confianza y que con mi actitud prefería ya no manejar conmigo. Hasta que caí en cuenta que era lo que me pasaba. Yo le tengo pavor a los autos y me da miedo tener un accidente porque en uno perdí a mi mamá. Platiqué con mi hijo y le dije lo que había descubierto. Que eran mis miedos los que no me dejaban disfrutar de la aventura de enseñarle a manejar. Le dije que eran míos y que yo me comprometía a hacerme cargo de ellos siendo más paciente con él y creciendo en confianza.
También, una mala experiencia puede hacer que nuestros hijos dejen de hacer algo que antes disfrutaba mucho. El hijo pequeño de una amiga disfrutaba mucho el nadar y sabía hacerlo muy bien. Un día, algo sucedió que el niño estuvo a punto de ahogarse. Fue tal su susto y el de sus padres que por mucho tiempo no quiso pisar una alberca y los papás respetaron su decisión. No le insistieron hasta que cayeron en cuenta que el saber nadar bien era una actividad de primera necesidad.
Lo que hicieron para que el hijo regresara fue algo muy básico. Le pusieron un profesor de natación una vez por semana. Los papás tuvieron que ser muy inteligentes para no presionar hasta el punto de que el hijo aborreciera el agua y aún más astutos para convencerle de regresar a nadar y con esto enseñarle a que enfrente su miedo. Son detalles simples que parece que no trascienden. Sin embargo, son experiencias que se van quedando almacenadas en nosotros. El día de mañana que este niño se enfrente a algún otro reto que le provoque miedo, esa memoria saldrá a la luz y le dará valor.
Como padres necesitamos ayudarles a que desarrollen mecanismos para que enfrenten sus temores. Si nuestro hijo nos está manifestando que siente miedo, entonces hay que honrar su sentir y hacerle ver de una manera amorosa y de acuerdo a su edad, que no es malo sentir lo que siente. Necesitamos crear una atmósfera segurizante para que nos hablen “sin miedo de su miedo”.
Una buena manera de hacerlo es preguntándole cómo es, qué cara tiene. O bien, un poco más específico, que nos diga exactamente a qué le tiene miedo y eso qué significa o qué sensación le genera. Al finalizar la conversación felicítale por la valentía que tuvo de aceptar lo que sentía. Admitir que sentimos miedo no es fácil para nadie. Quizá una buena idea también es que le compartas tus propios temores y que le hagas saber cómo es que los has superado. Incluso, puedes mencionarle que a tu edad todavía hay cosas que te dan miedo y que sigues trabajando en ello.
Una de las grandes enseñanzas emocionales que es aprendida en los primeros años de vida y refinada a lo largo de la infancia es modelar a nuestros hijos cómo tranquilizarse a ellos mismos cuando pierden la paz, cuando están alterados o sienten miedo.
Cuando nuestros hijos son pequeños, son muy imaginativos y mucho más a la hora de dormir. Justo en eso momento aparecen esperpentos de todos tamaños, colores y sabores. Como adultos nos podrá parecer absurdo y hasta le restamos importancia, pero para ellos no lo es.
Si tu hijo es pequeño y estás batallando con este asunto de los monstruos nocturnos, prueba hacer esta actividad. Justo antes de dormir, siéntate un ratito con él y pídele que dibuje al monstruo que se le aparece por las noches. Dile que lo pinte tan claro como lo vea. Que se tome unos minutos y cuando esté listo pídele que lo destruya, ya sea haciendo el papel añicos o arrugando la hoja. Que luego la tire en la basura y que le diga: “Adiós monstruo”. O las palabras que él le quiera decir. Tú como mamá/papa verbalízale que esté tranquilo porque él mismo con sus poderes de dibujante ya destruyó al monstruo.
Otra manera de enfrentar a sus miedos es que, si ya está en la cama, o bien, si estando dormido se despierta y dice que el monstruo se le apareció, dile que lo persiga con sus ojos y que lo atrape con su mano, se lo meta a la boca y se lo coma. Muéstrale cómo. Con ambas actividades lo que estamos haciendo es enseñar a nuestros hijos a que se vean frente a frente con su miedo para que luego accionen hasta acabar con él. En niños y adultos, en esto no hay edades, los miedos se vencen enfrentándoles.