La encíclica “Humanae Vitae” y el calvario de Pablo VI
La famosa Encíclica Humanae Vitae, del beato Pablo VI, sobre la regulación de la natalidad, se promulgó el 25 de julio de 1968. Durante su cincuentenario el papa Francisco canonizó en 2017 al papa Montini, que clausuró el Concilio Ecuménico Vaticano II.
Hoy muchos recordarán la gran polémica que rodeó la publicación de la encíclica de Pablo VI y las circunstancias históricas del documento.
El tema de la regulación de la natalidad tenía un interés y una actualidad muy altos. Hacía dos años y medio que había terminado el Concilio, que representó –y representa— una puesta al día (aggiornamento) de las estructuras y la pastoral de la Iglesia. Pero no fue una revolución, sino una puesta al día.
No pocos entendieron que se habían abierto puertas y ventanas y que todo había cambiado y era “más fácil” la vida espiritual y la práctica religiosa.
Empezó un relativismo unido a una relajación de las costumbres y una falta de fidelidad, que causó muy numerosas exclaustraciones y secularizaciones de clérigos, además de una disminución de la práctica religiosa.
En el caso de la “regulación de la natalidad”, objetivo de esta encíclica del papa Montini, proliferaron las teorías de que el tema podía ser estudiado por el Concilio, pues “el espíritu del Concilio”, decían, había abierto las puertas al control artificial de la natalidad, ya sea por medios químicos o interrumpiendo el proceso normal de fecundación.
Era ya el final de las reuniones conciliares.
Sin embargo, el papa Pablo VI quiso guardarse este tema para reflexionarlo más en profundidad y publicar un documento de Magisterio (una encíclica o una exhortación apostólica) al respecto, tras analizar las conclusiones de una Comisión creada sobre el tema. Y así fue.
La Comisión para el estudio de problemas de población, familia y natalidad, la creó el papa san Juan XXIII, con el fin de estudiar a fondo qué respuesta debía dar la Iglesia al naciente problema de la “píldora” anticonceptiva.
La Comisión aprobó dos textos: uno, la mayoría, que aceptaba la anticoncepción por medios químicos o artificiales, y otro, la minoría, que defendía los procesos naturales en las relaciones matrimoniales.
El Papa –conocido como un Pontífice aperturista e incluso de izquierdas— amplió la consulta entre expertos de todo tipo. El resultado fue la Encíclica Humanae Vitae.
No pocos apoyaban –sin contar con la voz del Papa- la moralidad de la contracepción por medios artificiales. Para ellos la encíclica cayó como una ducha de agua fría.
Son –eran— aquellos que en italiano decían que había dos concilios el “Concilio Vaticano Secondo” y el “Concilio Vaticano Secondo me”, es decir “según yo”, o según su libre interpretación.
El beato Pablo VI se enfrentó a quienes quisieron que aceptara la doctrina sobre hechos consumados. Son los que filtraron a la prensa que la mayoría de la Comisión era favorable a los anticonceptivos.
Según contó el padre Francesco Di Felice, de la Secretaría de Estado, a Aciprensa, “Pablo VI tomó estos dos documentos, el de la mayoría y el de la minoría, los llevó a su capilla privada y pasó toda la noche en oración, preguntándose ¿qué debo elegir para el bien de las almas?
Entonces, a la luz del alba, a las primeras luces, le vino como una iluminación, una decisión firme, como si le reconfortara el Espíritu Santo, y dijo: ‘¡Esto es lo que debo elegir!’. Y eligió la regulación natural.
La campaña que se montó contra el Papa dentro y fuera de la Iglesia (con el apoyo de las casas farmacéuticas vendedoras de anticonceptivos) fue colosal.
Pero la doctrina no solo no fue cambiada o “suavizada” por el beato Pablo VI, sino que los siguientes papas, Juan Pablo II y Francisco, la han confirmado en sus encíclicas centrales sobre la familia: la Familiaris Consortio y la Amoris Laetitia.
¿Qué dice la Humanae Vitae?
Leída con atención la Humanae Vitae, se observa el interés del Papa en llegar a defender “una visión global del hombre” y “la verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal” (HV, n. 7-8), cuya “fuente suprema es Dios, que es amor”, citando a san Juan. El amor, dice, debe ser “fiel y exclusivo” (HV, n. 9).
La encíclica defiende una “paternidad responsable”, que se obtiene de una “recta conciencia” y con el “dominio necesario que han de ejercer la razón y la voluntad” frente a las “tendencias del instinto”.
Para ello conviene “respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial”, e introduce el principio de que son “inseparables” los aspectos “unión y procreación” en el acto matrimonial (HV, n. 12).
Pablo VI señala que el uso de anticonceptivos es lícito (HV, n. 15) para fines terapéuticos (curar enfermedades) y asegura (HV, n. 14) que las “vías lícitas para la regulación de los nacimientos”, son por ejemplo las que usan por ejemplo los periodos infecundos.
Pero afirma que son “ilícitos los medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias”.
La encíclica hace también un llamado a las autoridades para que contribuyan a crear un ambiente limpio que salvaguarde las costumbres morales y “no se degrade” la moralidad de los pueblos.
Las autoridades “pueden y deben contribuir a la solución del problema demográfico” con una cuidadosa protección de la familia.
Al mismo tiempo pide “a los hombres de ciencia” (HV, n. 24) que contribuyan “al bien del matrimonio, de la familia y a la paz de las conciencias” (Gaudium et Spes) y les propone investigar para encontrar soluciones favorables a controlar la natalidad a través de la observancia de “los ritmos naturales”.
Y añade: “no puede haber una verdadera contradicción entre las leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y aquellas que favorecen un auténtico amor conyugal”.
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