Cuántos momentos sin hacer nada, cuánto tiempo perdido… ¡cómo no se me había ocurrido antes!Los que me conocen saben que me encantan los postres, sobre todo los panes y pasteles. Poco me resisto cuando se trata de un buen trozo de pan dulce. Además también disfruto cocinar, es un pasatiempo que he aprendido a cultivar y desde luego que cuando veo algo que me gusta siempre pido que me digan cómo lo hacen.
Y uno de mis recuerdos favoritos del sur de Italia es un convento donde me comí una “panacota”, un dulce tipo flan, muy sabroso.
No pude resistir y me fui directo a la cocina a preguntarle a Sor Carlota cómo lo hacía y con una sonrisa me dijo: “Mire, debe poner la leche y el azúcar a fuego bajo y rezar 7 avemarías, después con cuidado añada las yemas de huevo y las mezcla muy suavemente para que no se peguen, le debe mover durante 5 padrenuestros, enseguida le pone la vainilla y aumenta el fuego un poco hasta que termine 2 misterios del Santo Rosario, después…”.
Quedé más impresionado por las instrucciones que por la receta, comencé a platicar con esta hermana y me contó que todo le salía mejor cuando en vez de esperar a que pasaran los minutos se dedicaba a rezar y así iba midiendo lo que necesitaba.
Me dijo que todo lo tiene calculado de esta manera, para ir del convento al mercado: 12 padrenuestros, barrer toda la cocina: 12 avemarías; incluso sabía que para calmarse después de un enojo solo tenía que esperar 9 avemarías y una Salve…
¡Sorprendente! Después de esta visita mi recuerdo más grato de Palermo no son ni sus pizzas, ni sus limoneros, ni el mar… mi recuerdo ahora es la fe de esta monjita que se atreve a gastar cada momento de su vida con la mejor medida: la oración.
Me puse a pensar cuántas veces ando corriendo, esperando a que pase rápido el tiempo o a que vaya más despacio, cuántos momentos sin hacer nada, cuánto tiempo perdido… cómo no se me había ocurrido antes, qué diferente sería que pudiera incluir a Dios en cada instante, desde que me levanto hasta que hago las tareas más sencillas como limpiar mi casa o esperar en el confesionario…
Me imagino qué bonito sería, recordar que Dios está conmigo siempre. Hasta estoy seguro de que en uno de esos momentos podría escuchar a mi buen Jesús abrazarme y decirme: “Hijo mío, gracias por invitarme a tu vida”.
No cabe duda de que es cierto lo que dice san Josemaría: “O aprendemos a encontrar a Dios en lo ordinario de cada día o no lo encontraremos nunca”.
Espero, Dios santo, que esta gran lección nunca se me olvide, y que pueda incluir la oración en cada instante de mi vida, para poder admirarte en todo, sentirte siempre y amarte con cada latir de mi corazón.
… esta semana he practicado la táctica de la hermana Carlota y he descubierto que me toma solamente 15 padrenuestros llegar a la parroquia para dar misa…
Ahora lo que comenzaré a medir es cuántos padrenuestros necesito para que se me vaya el enojo, la tristeza, el cansancio, y la amargura. Me pondré a medir y luego les cuento.