Valgo por lo que soy, no por lo que dicen que soyCada niño al ser bautizado es el hijo elegido y predilecto de Dios. Soy un convencido de que al ser bautizado yo siendo niño Dios me dijo que me amaba como su hijo predilecto. Pero también sé muy bien que con el tiempo me olvido. Igual que esos niños que crecen también se olvidan.
Dejo de sentirme predilecto de Dios. No oigo más esa voz tan cálida en mi alma. Me duele la soledad y el silencio. Se apaga esa voz profunda que me hace sentir que valgo mucho. Que soy especial a sus ojos.
Tal vez son los hombres con sus voces graves los que me recuerdan que no soy predilecto. No soy el elegido. No soy nada especial. Hay cosas que hago mal. Y el amor tiene un precio. Si actúo como ellos esperan, entonces me aman. Me dicen que no valgo y yo me lo acabo creyendo. Tiene su lógica.
Parece entonces que necesito la aprobación del mundo entero para creerme que Dios me ama. Para creer que mi vida tiene valor. ¡Qué poca fe tengo en el amor de Dios! Me falta tanto amor para estar saciado… Y me convierto en un mendigo de frases de aprobación. Y espero el reconocimiento de todos toda mi vida. Pero no llega.
Travis Bradberry menciona una creencia tóxica que me envenena: “He triunfado si recibo la aprobación de los demás”. Esa creencia me llena de amargura y me hace pensar que sólo la aprobación de los demás le da valor a mi vida.
Continúa el autor: “Una cosa está clara: nunca serás tan bueno ni tan malo como dicen que eres. Es imposible desactivar las reacciones a lo que piensan los demás, pero siempre puedes tomarte las opiniones ajenas con reservas. De esta manera, independientemente de lo que la gente piense o haga, la autoaceptación depende de ti“.
Depende de mí. Mi valor no me lo dan los demás. Valgo por lo que soy, no por lo que dicen que soy. Me paraliza o me levanta esa creencia que yo he ido construyendo sobre mí mismo. La imagen que tengo de mi persona. Valgo mucho más de lo que yo creo que valgo, de lo que los demás creen que valgo.
Dios me ama por encima de todos mis límites. Ve una belleza escondida que yo no atisbo. Dios me quiere cuando yo con frecuencia no me quiero nada. Me gustaría llevar esta creencia grabada en el pecho y recordarla siempre. Creerme que Dios me ama cuando caigo, cuando defraudo a otros, cuando me defraudo a mí mismo.
Pero estoy ciego. No oigo su voz. No veo su amor. Tal vez por eso necesito subir al Tabor una y mil veces para escuchar de nuevo su voz. Me quiere. Me necesita. Valgo mucho porque soy hijo de Dios. Soy su hijo amado. No le defraudo cuando fallo. Simplemente le conmueve mi infelicidad, siente compasión ante mi fragilidad. Me toma de la mano. Me levanta. Y se alegra con mi vida.
En la película Dunkerque los soldados ingleses, al ser evacuados de una muerte segura y regresar a sus hogares, sienten que han fracasado. Y creen que a su llegada recibirán desprecio y rechazo. Han defraudado a su país. ¡Qué grande es su sorpresa al ver que los reciben con aplausos y admiración! Sólo han sobrevivido, pero eso ya es mucho.
A veces, para ser aceptado, creo que tengo que hacer grandes gestas. Lograr maravillosas metas que sean recordadas. Alcanzar cumbres imposibles. Cuando no lo logro, me hundo. Creo que he defraudado al mundo, a Dios, a los hombres. Y vivo apesadumbrado. Incapaz de amar mi vida y sus obras.
Hoy Jesús quiere recordarme cuánto valgo. Se alegra y me mira con misericordia y se conmueve al ver mi pequeñez. Quiero sentir su abrazo lleno de paz y descansar sobre su pecho.