Tú también tienes una responsabilidad en la educación de la mirada. Entrevista al arzobispo de Tánger Santiago Agrelo Educar en la solidaridad, en la compasión, en la austeridad y en la búsqueda de la verdad. Es la alternativa al odio y el camino para un mundo vivible. Nos lo dice desde Tánger (Marruecos), el arzobispo Santiago Agrelo, una voz profética. Y no siempre cómoda.
¿Por qué hay gente que escoge el odio asesino? Usted dice que no hemos nacido para esto, y así lo esperamos.
Los terroristas no pueden odiar a las personas que serán sus víctimas: no las conocen, ni siquiera saben si entre esas víctimas va a haber un amigo suyo, o un vecino al que saludan todos los días.
Por eso es tan difícil, por no decir imposible, el arrepentimiento, porque no se reconocen responsables de un mal que causan sino servidores de un supuesto bien por el que están dispuestos incluso a dar la vida.
“Escoger el odio” significaría “amar el mal”, y eso no sé siquiera si es posible. Es posible el mal, es posible hacerlo, se hace de muchas maneras, pero algo me dice que lo hacemos, no porque lo consideremos un mal, sino porque nos parece un bien.
Llenarse la boca con palabras de condena no contribuye en nada a mejorar la percepción que un terrorista pueda tener de la realidad, de nosotros y de sí mismo.
Es más, mucho me temo que, con nuestras condenas, no hacemos otra cosa que reforzar su idea de que se halla en el buen camino. Necesitamos una ética universal, que nos permita a todos identificar con una cierta claridad el mal allí donde se encuentre y luchar contra él: contra el mal.
Desenmascarar el mal no es fácil.
Habremos de reconocer que en ese proceso de discernimiento de la presencia del mal, los habituales de las condenas a los terroristas, solemos ser de manga muy ancha con otros criminales y también con nosotros mismos.
Éste es un discurso que no queremos oír, y así nos va: ningún terrorista escuchará razones de quienes pretendemos enseñarle a ver el mal en lo que él hace sin que nos decidamos a confesar el mal que nosotros hacemos.
Desenmascarar el mal es también tarea política, sólo que desde hace mucho tiempo la política se ha desentendido de la ética.
El único dios que dicta normas en nuestro mundo se llama dinero, y el bien y el mal para el dios dinero nada tienen que ver con el bien y el mal que serían tales para el hombre, que lo son para Jesús de Nazaret, que lo son para el Dios de Jesús de Nazaret.
La dignidad humana se ve seriamente comprometida: pisotear, asesinar, oprimir, humillar,… todo esto se sigue dando.
Si el criterio para discernir las opciones personales –y también las opciones políticas- fuese el hombre, el respeto de la dignidad humana, tendríamos otra sociedad, sería otra nuestra forma de vida; y todo eso que en la pregunta señalas con las palabras “pisotear, asesinar, oprimir, humillar”, seguramente continuaría habiéndolo, lo habrá siempre, pero sería considerado un mal y sería tratado como un mal.
Pero si el criterio de discernimiento es el dinero, entonces el mal se transforma en bien, y lo que sería detestable para el hombre o para la fe cristiana, se vuelve, no sólo deseable, sino incluso obligatorio para salvaguardar los intereses del dinero. El dinero te obliga a pisotear, a asesinar, a oprimir, a humillar.
Lo que el otro es hoy para mí, lo he aprendido a lo largo de la vida.
Si me hubiesen enseñado que ese otro es un rival, una amenaza, un contrincante, un enemigo, yo lo trataría como tal, probablemente sin que él llegase a saber nunca qué es lo que ha hecho para que yo lo trate así.
Si es indispensable aprender a discernir el bien y el mal, es igualmente indispensable aprender a ver al otro como es, y no como me lo pintan o lo imagino yo.
No hay fraternidad universal. ¿El hombre es un lobo para el hombre?
De la tríada revolucionaria, apenas si hemos estrenado la libertad, nunca hemos tomado en serio la igualdad, y hemos olvidado cuidadosamente la fraternidad.
Usted defiende que se ha hecho urgente, inaplazable, educar la mirada.
En este proceso de educación de la mirada -¿qué veo en el otro?- juega un papel determinante el lenguaje, y hay mucho insensato, por no decir mucho criminal que utiliza el lenguaje para separar, para excluir, para demonizar, para distorsionar la mirada, para engañar, para manipular…
Si yo hablo de los emigrantes, y relaciono esa palabra con pobreza, con sufrimiento, con los riesgos que corren, con las enfermedades que padecen, con la muerte que los acecha en todas partes, estoy llamando a las puertas de la compasión, de la solidaridad, del compromiso…
Pero si los relaciono con asaltos, violencias, mafias, ilegalidad, terrorismo… los estoy presentado a los ojos de todos como una amenaza, y estoy llamando a las puertas del miedo, del rechazo, de las fobias…
Y estos sembradores de muerte por los caminos de los pobres suelen ser los mismos que se apresuran a pronunciar palabras solemnes y vacías para condenar a los terroristas.
Ha dicho que el mundo no necesita más servicios secretos, sino más servicios sociales. ¿La seguridad depende del bienestar de todos?
La seguridad se ha convertido en una palabra mágica con la que se ha conseguido adormecer a la sociedad para que renuncie sin rechistar a su libertad.
Por acudir a un relato mítico: Abel salió al campo con su hermano Caín. Eran hermanos. Abel no tenía que preocuparse por su seguridad. ¡Y Caín lo mató! Ahora imagina que Abel, por seguridad, por miedo a que Caín lo matase, hubiese renunciado a salir al campo con su hermano. Habría renunciado a su libertad, habría dejado de ser Abel, habría dejado de ser hermano… y puede que hubiese llegado a matar a Caín.
La razón de ser de los servicios sociales no es la seguridad, sino la solidaridad, la fraternidad, la humanidad… Y estas cosas no son la razón de ser de los servicios secretos… Esos existen para una supuesta seguridad… Claro que yo no dejo de preguntarme ¿de quién? Y mucho me temo que no es la de Abel sino la de Caín.
El mundo en que vivimos no lo hicimos nosotros, lo encontramos hecho. Encontramos hecho y bien engrasado el sistema económico que nos esclaviza, nos utiliza, nos pesa, nos excluye, nos ignora, decide de nuestras vidas como si fuésemos propiedad suya.
Encontramos hecho el sistema político que, pretendiendo ser democrático, ha dejado fuera de toda forma de poder al pueblo que dice representar. Además de estar desnaturalizado, el sistema está corrompido y es corruptor.
Encontramos hecho el sistema cultural que respiramos, los valores que interiorizamos, los prejuicios con que nos alimentamos…
Encontramos hecho un mundo de desigualdades atroces, en el que unos pocos se han atribuido derechos y recursos, y una multitud inmensa se ha quedado sin recursos y sin derechos.
Preguntémonos, usted también, qué es lo que no hemos hecho bien. Pero también lo que sí hemos hecho bien.
No sé decir qué hemos hecho bien o qué hemos hecho mal. Pero tengo media idea de qué es lo que tenemos que hacer si queremos abrirnos un camino hacia el futuro: educar en el respeto a toda persona humana, sea cual fuere su raza, su cultura, su religión, su credo, su físico, su condición,… educar en un respeto escrupuloso a los más vulnerables, a los menos capaces, a los que puede que sólo representen un peso para el individuo y para la sociedad…
Educar en la solidaridad, en la compasión, en la austeridad… educar en la búsqueda de la verdad… Necesitamos una sociedad crítica, no una sociedad dócil.
Y cuando digo educar, si el sujeto que ha de recibir esa educación es el ciudadano, los espacios en los que se ha de impartir habrán de ser la familia, la escuela, la información, la política, la religión.
Lamentablemente –si pienso en la religión tendría que decir escandalosamente-, en esos espacios se ha impartido, se está impartiendo otro tipo de educación y se están dando otro tipo de ejemplos.