Buscaba transmitir la alegría de Cristo a quien la rodeara Nació el 19 de julio de 1924 en la que hoy es la República Checa, Anna Zelíková era una sencilla adolescente que amaba mucho a Jesús. Había seguido el ejemplo de santa Teresa de Lisieux, canonizada en 1925. El “pequeño camino” para la santidad de Teresa se adaptaba perfectamente a su espiritualidad.
La chica comprendió la vida de la perfección delineada por santa Teresa, y en 1940 escribió que “La verdadera belleza está escondida en la fidelidad de las pequeñas cosas. Siempre quise realizar grandes y heroicas hazañas de amor, y cuando vi que no podía, me dolió. Ahora encuentro un gran heroísmo en las cosas pequeñas, así que no me arrepiento de poder hacer algo o no “.
Una manera en que ponía en práctica todo esto era a través del “apostolado de la sonrisa”.
“Devo sonreír hasta el último respiro”, decía. “Todo lo que puedo dar ahora a Dios es el latido de mi corazón y mi sonrisa. No tengo nada más que el amor y la confianza”.
Otra manera en que Anna ofreció su vida a Dios fue a través de su sufrimiento. En particular, cuando supo de la muerte de niños en el vientre de su madre, se horrorizó. En ese momento quiso convertirse en víctima de sacrificio, sufriendo por el bien de esos niños.
Sus oraciones fueron respondidas, y se enfermó de tuberculosis. Sufrió por esa enfermedad durante varios años, y su ofrenda se volvió todavía más profunda al hacer voto de virginidad a Dios.
Uno de sus grandes deseos era unirse a una comunidad carmelita de religiosas, pero su enfermedad se lo impidió. Se le permitió, sin embargo, entrar en la Tercera Orden Carmelita.
La tuberculosis cobró su cuota, y la adolescente llena de alegría exhaló su último respiro el 11 de septiembre de 1941, con sólo 17 años. Sus últimas palabras fueron “Confío” y “Carmelo”.
La breve y alegre vida de Anna fue fuente de inspiración para muchos. En 1991 se abrió oficialmente la causa de su canonización, y obtuvo el título de “Sierva de Dios”.