San Ambrosio es uno de los más importantes doctores que la Iglesia de occidente tuvo en la antigüedad. Mirarlo a él es ver la figura ideal de obispo, pastor, liturgista.
Fue todo para Dios y todo para el pueblo. Era un excelente orador y componía cantos hermosísimos capaces de encantar incluso a un intelectual refinado como Agustín de Tagaste, que cambió totalmente de vida gracias a él.
Son también preciosas las muchas oraciones que compuso, como esta:
El Señor nos permita navegar,
al expirar, con un viento favorable,
sobre una nave veloz,
atracar en puerto seguro;
no conocer espíritus malignos,
tentaciones más fuertes
que las que podamos sostener;
ignorar los naufragios de la fe;
tener una calma profunda,
y si algún advenimiento se desencadena contra nosotros
en las olas de este mundo,
estar atento al timón para que nos ayude
el Señor Jesús, quien con su palabra
manda a la tormenta calmarse
y que se propague en el mar la calma.
A Él honor y gloria, alabanza perenne por los siglos de los siglos.
Amén.
Fue san Ambrosio quien introdujo en Occidente la lectura meditada de las Escrituras, para hacer que penetre en el corazón, algo que hoy se conoce con el nombre de lectio divina, según dijo el papa Benedicto XVI en la audiencia general del 24 de octubre de 2007.
Combatió el paganismo y el arrianismo, e hizo que se reconociera el poder moral de la Iglesia por encima del Estado. Sobre todo fue un gran pastor.