Es cierto que el Papa está dedicando un esfuerzo ímprobo al estrechar lazos con el mundo árabe islámico. Pero esta apertura responde más la Tradición católica que a los valores de la modernidadDesde el 3 al 5 de febrero de 2019, el Santo Padre ha abierto una nueva página en la historia de las religiones. Desde el primer momento, los participantes en este encuentro interreligioso han sido conscientes de que se trataba de un desafío para nuestro tiempo. Sin embargo, se ha trabajado intensamente por el valor y la voluntad de afirmar que la fe en Dios une y no divide. Acerca aún en la distinción. Aleja de la hostilidad y la aversión. Es hoy más que nunca cuando el mundo nos llama (a todos) a remar mar adentro, en la barca de Pedro ¿estás dispuesto?
Mucho se ha escrito del viaje apostólico del Papa Francisco a Emiratos árabes Unidos. Una gran mayoría ha aplaudido lo que definen como un “gesto histórico”, sorprendente y “moderno”. Otros, en cambio, no han recibido bien esta reiterada apertura al mundo musulmán. Bien porque lo definen como la “antítesis” de la civilización occidental. Bien porque el Santo Padre se balancea en los límites de lo que la doctrina permite.
En primer lugar, es cierto que el Papa está dedicando un esfuerzo ímprobo al estrechar lazos con el mundo árabe islámico. Pero esta apertura responde más la Tradición católica que a los valores de la modernidad. Como se ha señalado, este viaje apostólico ha coincidido con una fecha crucial en la historia de la Iglesia: el encuentro de San Francisco de Asís con el sultán al Malik al Kamil en 1219. Siguiendo aquellos pasos, el Papa ha acudido a esta llamada para continuar siendo instrumento de paz.
En segundo lugar, este constante trabajo por el diálogo no puede juzgarse desde una visión “huntingtoniana” de civilizaciones irreconciliables. Tampoco desde una “pureza doctrinal” mal entendida, que más se acerca a las ideologías que al Evangelio. Ambos extremos olvidan que, tal y como ya dijo Benedicto XVI, la fraternidad es vocación contenida en el plan creador de Dios.
Como un “creyente sediento de paz”, el Papa Francisco ha vuelto a demostrar que se puede y se debe cruzar la frontera. Porque sea cual sea su naturaleza, borra los rostros de los seres humanos, nos vuelve ciegos y sordos vociferantes. Insensibles a la fraternidad y de un agudo individualismo, verdadera “amenaza de la perspectiva del cielo”.
Finalmente, esta nueva página en la historia del diálogo interreligioso, ha contenido una defensa explícita y valiente de la libertad religiosa y el pluralismo. Valores universales irrenunciables en pleno siglo XXI, el Papa Francisco los ha vuelto a situar en su justo término: “ni uniformidad forzada ni sincretismo conciliatorio”.
En un mundo que confunde el diálogo y la convivencia con el relativismo, los cristianos estamos llamados a ser canales de fraternidad, sin abdicar de nuestra identidad sólo para complacer al otro. Porque renunciar a Aquél que nos hace libres es renunciar a ser hijos para convertirnos en esclavos.