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Logra la unidad: No junto al otro, sino en el otro, con el otro y para el otro

BLACK AND WHITE HANDS
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Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/05/19
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Cuánta división, críticas, condenas,… No siempre estoy de acuerdo, pero construyo esa familia que es sagrada y coloco a Jesús en el centroJesús vino a formar una sola comunidad en torno a Él. Una familia. Un solo rebaño, un solo pastor. Esa unidad es la que Dios quiere. Una comunidad reunida en oración junto al Señor. Una comunidad de santos enamorados de Dios.

Jesús me une a mis hermanos. Tengo un solo pastor. Hay una sola sangre derramada por todos. Espero una única salvación para todos.

Esa unidad es la que deseo mientras a mi alrededor veo sólo división. Un solo rebaño es lo que sueño, mientras contemplo tantos rebaños divididos y enfrentados.

Siguiendo a un mismo Cristo puedo estar dividido con los que lo siguen de forma diferente. Enfrentado a los que tienen otras formas de rezar, de evangelizar, de pensar.

Un solo rebaño es lo que anhelo mientras critico y condeno a los que no se comportan como yo. Diferentes maneras. Diferentes puntos de vista.

Y Jesús quiere ser el único pastor. Dios quiere que sea parte de un solo pueblo como comenta el papa Francisco en la Exhortación Gaudete y Exultate:

Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo”.

Me hago solidario. Me importa caminar con otros, construir con otros. La fecundidad de un trabajo hecho en equipo. Me vuelvo solidario. Me importa lo que le sucede al otro.

El padre José Kentenich siempre hablaba del “Ideal de la nueva comunidad. Y creo yo que aquí debemos poner especialmente el acento: Estar en espíritu uno en el otro, con el otro y para el otro. No sólo un superficial estar junto al otro”[1].

Una unidad profunda. El otro no me hace sombra. No me quita protagonismo. Porque lo que él construye es un bien para todos. Para el conjunto. Para mi familia.

¡Con cuánta facilidad puedo hablar mal de mis hermanos! Hablo más de la cuenta. Condeno y critico. Y no sólo con otros hermanos, lo puedo hacer fuera.

Comenta el Padre Kentenich en referencia a una comunidad de sacerdotes:

Hay algo en la vida que me produce bastante rechazo y es el caso de comunidades que le hablan a cualquier extraño sobre los lados oscuros de la comunidad. Naturalmente, donde hay hombres suceden cosas humanas. Pero no es coherente, y no debería serlo, que le espetemos arbitraria e inescrupulosamente a cualquiera todas las cosas desagradables que vivamos en la comunidad”[2].

No hablar mal del otro. No comentar lo que me disgusta de mi hermano. ¡Qué difícil guardar silencio! Una comunidad que aspira a la santidad. Un hombre nuevo en una nueva comunidad. Donde prevalece el amor y el respeto. El trato misericordioso. La mirada que enaltece. Una familia de santos que no se conforman con una vida mediocre.

¿Qué Iglesia estoy construyendo? Una Iglesia en la que cada hermano habla con respeto del otro. Es el ideal que mueve mi corazón. Construir una unidad. Una Iglesia que es familia. Un solo rebaño. Un solo pastor. Estar unido a mi hermano en el corazón. No camino solo. Voy con otros con los que formo una unidad sagrada.

Es difícil, lo sé. Una comunidad que tiene un solo pastor. Eso es lo que me da identidad. Un pastor que marca el camino. Que me mantiene unido a mi hermano, porque tengo un mismo padre.

El papa Francisco es mi pastor. En torno a él permanezco en comunión. No hablo mal de él cuando no piensa como yo, cuando no se comporta como yo espero.

Me duelen las críticas que a veces escucho. Me duele que se hable mal del papa Francisco que es Cristo, que es el Pastor que une a su rebaño. Es fácil condenar.

Como leía el otro día: “Las palabras son como flechas. Una vez lanzadas no hay manera de hacerlas volver”. Las palabras hieren, dividen, enfrentan.

Las palabras pueden hacer presente la verdad. O imponer la mentira. Siembran sospechas. Pueden separar y romper. Son flechas que no puedo controlar una vez lanzadas.

Quiero construir unidad con mis palabras. Sembrar comunión. Un solo rebaño, no miles de rebaños. Una comunión en la que no prevalece la diferencia. Una familia en la que me siento en casa en comunión con mi hermano.

Hay un solo pastor que es Cristo. El Papa es ese Cristo que me une en la diversidad. Me une con mi hermano que no siempre piensa como yo.

Pero eso no es lo importante. Somos un solo rebaño y nos ayudamos a caminar juntos. Ese espíritu es el que me sostiene. Camino con otros y los respeto. No siempre estoy de acuerdo. Construyo esa familia que es sagrada y coloco a Jesús en el centro. Mi pastor.

 

[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963

[2] J. Kentenich, Niños ante Dios

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