El gran poeta y dramaturgo Victor Hugo representó a la femme fatale más pérfida, cínica y sin escrúpulos, en su “Lucrecia Borgia”.
La tradición la considera como al arquetipo de la mujer malvada. Lucrecia, la hija incestuosa del cardenal Rodrigo Borgia que luego llegó a ser el papa Alejandro VI, fue una de las más famosas envenenadoras y serial killer de la historia.
Alejandro Dumas, padre en su primer volumen de “Crímenes celebres” retrataba a Lucrecia del siguiente modo:
“La hermana era una digna compañera de su hermano (César). Libertina por fantasía, impía por temperamento, ambiciosa y calculadora, Lucrecia ansiaba placeres, adulaciones, honores, gemas, oro, telas pomposas y suntuosos palacios. Española debajo de su cabello rubio, cortesana debajo de su cándido aire, tenía el rostro de una Virgen de Rafael y el corazón de una Mesalina”.
¿Por qué y cómo asesinaba Lucrecia?
Las leyendas dicen, que por deseos de poder, tantos políticos como de intereses propios, en ella no había ni un pequeño índice de moralidad, todo lo que quería, lo debía tener a como de lugar y si para conseguirlo era necesaria la muerte no lo dudaba en hacerlo.
Se dice que usaba una hierba médica llamada “cantarella” o “agua de Perusa”: un veneno inodoro, incoloro e insípido; obtenido mezclando arsénico con vísceras de cerdo secas. Era un polvo blanco muy similar al azúcar y provocaba la muerte, tras atroces tormentos, en veinticuatro horas.
¿Es cierta esta mala fama de Lucrecia y su hermano César?
Quizás fue una leyenda negra creada por sus enemigos, en torno a la vida de esta familia. La estrategia política de su hermano César dirigida a la unificación y la grandeza nacional, con una posición muy crítica con respecto a la Iglesia romana de la época. Sus enemigos lo consideraron anticatólico y anticlerical, y demonizaron a toda la familia.
Lucrecia tuvo hijos y numerosos abortos, lo que la debilitó enormemente. Murió a los 39 años de fiebre puerperal diez días después, el 24 de junio, después de su octavo parto. En los últimos 7 años se acercó mucho a la religión católica, abandonó definitivamente los lujosos vestidos y ricos adornos.
Según su última voluntad, el cuerpo había sido vestido con el hábito terciario franciscano y las últimas palabras de la joven fueron para pedir el perdón de Dios: “por los pecados de esta nuestra edad (juventud)”.