Cada 19 de octubre desde el año 2010 se celebra la onomástica del sacerdote polaco, en vías de canonización desde 2014. La película ‘Popieluzsko, la libertad está en nosotros’ recupera su lado más personal
Polonia, 1981. Un grupo de huelguistas se atrincheran en la fábrica de acero de Varsovia. Son elementos subversivos para el régimen comunista, y la tensión crece socialmente en una población carente de libertad y de derechos fundamentales.
Una fría mañana, los trabajadores solicitan al obispo el envío de un sacerdote al interior de la fábrica para la celebración de la Eucaristía. Es un desafío al que la Iglesia no se podía negar, a sabiendas de que la celebración elevaría en mucho la ya existente tensión entre el pueblo y el gobierno.
Con el joven sacerdote Jerzy Popieluszko no contaba casi nadie, pero fue enviado a la fábrica porque era el único que no tenía nada que hacer aquella mañana, y de esta forma tan inocente comenzó a forjarse la historia de un martirio.
A esta historia le podemos poner cara, música, color, dado lo reciente de su acontecer y la cantidad de testimonios vivos y gráficos a los que recurrir. Eso es esta película: un puzle cuyas piezas del guión son los numerosos testimonios sobre su protagonista, desde la celebración de la Eucaristía en la fábrica de aceros de Varsovia hasta su secuestro, brutal tortura y asesinato a manos de la Służba Bezpieczeństwa (policía secreta) en 1984.
La convicción con que se expresa el padre Popieluzsko al predicar sobre Jesucristo y su constante sensación de vivir en libertad bajo un régimen totalitario le convirtió en un referente para toda la nación polaca, que veía en él el ejemplo de hombre que todos querían llegar a ser, superó el miedo impuesto por el comunismo y miró al futuro con esperanza del que cree en el Evangelio.
Ni la ley marcial, ni los tanques y soldados que toman Varsovia en diciembre de 1981 logran silenciar las elocuentes y peligrosas homilías del padre Jerzy, inspiración de esa pacífica revolución que cambiaría el mundo.
Popieluszko es consciente del peligro que corre y sufre los altibajos naturales de cualquier ser humano, como si se tratara de un prólogo en el Huerto de los Olivos. Pero al final asume su misión y no deja de lado al pueblo cohesionado que le ha visto crecer. ¡Hubo que poner altavoces en los tejados de las iglesias dada su capacidad de convocatoria!
En su última aparición pública a pocas horas de ser secuestrado, pide a Dios: “recemos para que estemos libres del miedo pero sobre todo, del deseo de venganza y de violencia”. El 19 de octubre de 1984, el padre Popieluszko es secuestrado, golpeado, torturado y arrojado con vida en un saco lleno de piedras a un pantano cerca de Varsovia.
Rafal Wieczynski, el director, centra el disparo al proponer la historia del beato Popieluszko, obviando cuestiones relativas a su infancia. A través de una sugerente puesta en escena de tono teatral, una fotografía naturalista, una impecable banda sonora -que acentúa los momentos decisivos en la vida de nuestro protagonista- e incluso cierto tono de comedia inicial, el director polaco va entretejiendo una serie de elementos que dan sobrada muestra de su categoría como excelente director de actores y minucioso narrador de imágenes, por ejemplo, cuando une los episodios históricos reales con la ficción recreada de este filme, o cuando muestra rosarios (en la furgoneta que lo traslada o durante la declaración de un testigo en un juicio amañado).
Especial atención debemos prestar al actor Adam Woronowicz, bastante parecido al auténtico Popieluszko y de la misma edad, que ha sabido trasladar a su personaje todas las cualidades humanas posibles como signos distintivos del beato: mantiene siempre un semblante que inspira paz y confianza, al tiempo que ofrece bebida caliente a sus verdugos.
Además, asistimos a un simpático cepillado de dientes, tras los que posa mirándose al espejo o le vemos huir en pantalón corto por la playa, esquivando los primeros compases de una persecución injustificada, como si se tratara de otro turista cualquiera.
Rafal Wieczynski mantiene el equilibrio entre vencedores y vencidos, sin que haya un ápice de rencor ni una sola imagen lo suficientemente violenta del mismo modo que hizo su compatriota Andrzej Wajda en su espectacular Katyn.
En resumen, como se apunta en Popieluszko, la libertad está en nosotros, “tiene el apoyo del pueblo, de Cristo y del Papa Wojtyla, que ha leído sus homilías (“¿Y qué ha dicho?”, pregunta Jerzy. “Te envía este rosario”). ¡Bravo por Wieczynski que ha realizado un valiente, lúcido y elocuente retrato del mártir que liberó a su patria del yugo comunista!