Las bienaventuranzas: Las cosas que en tu vida puedas percibir como pobrezas se irán convirtiendo en escuela de misericordia y amor
Con el discurso de la montaña, Jesús nos muestra una síntesis nueva de los caminos de Dios.
Quiere grabar en nuestros corazones de carne su modo de vivir, el mandamiento más importante, el del amor.
Jesús pone nuestra felicidad donde menos la pondría el hombre: no en el poseer, no en el dominar, no en el triunfar, no en el gozar; sino en el amar y ser amado.
Él quiere que volvamos a la simplicidad de aquel que elige, no protegerse sino vivir abierto al amor, a los otros y a Dios, aunque eso, en medio de un mundo como el nuestro, cueste.
Las bienaventuranzas nos enseñan que, aunque la vida nos golpee, los que tenemos fe, nunca nos logramos defender del todo: siempre nos vamos a sentir necesitados de otros para salvarnos.
Para Jesús esos son los que las entienden: los que en la necesidad fueron abiertos a la conciencia del don.
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Una gran responsabilidad
Así mismo la responsabilidad de las bienaventuranzas no es poca. Jesús quiere que los que lo escuchan, y tienen la intención de seguirlo, hagan lo mismo: obras buenas que hagan conocer al Bueno. Ayudar en nuestras obras a dar a conocer al Padre:
“Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo, 5 -16).
Mostrar a Dios
Y es que para ser luz no tenemos que ser distintos a lo que ya somos. Se trata de llevar nuestra humanidad a su plenitud. Optar por tener un corazón abierto y generoso en un mundo que nos invita al individualismo.
Vivir no para que nuestras obras buenas se vean, sino para mostrar a Dios a través de ellas, para que brille su luz delante de los hombres.
Si obramos así notaremos que a los demás se les hará imposible no ver al que ama en silencio.
Y nos cuesta saber poner nuestra seguridad donde tiene que estar: en el amor de Dios.
Si no comprendemos bien el discurso de la montaña, pareciera que Jesús nos invita a la inseguridad; a encontrar la felicidad en la ausencia, el llanto, la pobreza, la persecución… pero, en realidad, nos está diciendo que no hay seguridad más fuerte que la de contar con su amor.
Un amor que no cambia, un amor que nos sostiene, un amor que nos mira en verdad y nos enseña a mirar como Él.
Y de este modo brillar más, pues el que tiene luz, es el que aprende a ver las cosas como Dios.
Paz y felicidad
El que brilla, es el que tiene confianza de que el Padre sabe lo que necesita, y vive con la serenidad, y la paz de saber que Dios cuida de él:
“Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6,25-30).
El que confía en Dios trata de vivir como nos enseña el Padrenuestro: cada día.
Una escuela del amor
Si nos angustiamos demasiado por el futuro o nos quedamos demasiado heridos por el pasado, los días se nos escapan; por eso Dios nos invita a emplear todas nuestras fuerzas en el hoy.
Por último, en el camino de vivir las bienaventuranzas sé paciente. Solo Dios sabe lo que cada uno puede dar, y poco a poco, desde el camino del amor, las cosas que en tu vida puedas percibir como pobrezas, se irán convirtiendo en escuela de misericordia para ti y para los demás.