Están llenos de luz y de vida, de esperanza y alegría, protegen a los demás, bendicen, comprenden, anuncian que Jesús ha nacido y que es posible la paz…
Los ángeles están en el establo llenándolo todo de cantos y luz. Me quedo pensando en ellos, son muchos. Veo a algunos que cantan, que dan luz y esperanza. Otros guardan silencio en oración. Sonríen, esperan, contemplan.
Yo quiero ser uno de esos ángeles llenos de luz y de vida, de esperanza y alegría. Me gustan los ángeles. A José se le aparece un ángel en sueños. Un ángel que trae noticias buenas. Un ángel que indica el camino a seguir.
Me gustan los ángeles que traen luz en mis noches de invierno. Y algo de paz en medio de mis guerras. Y les dan a mis pasos un sentido hondo en estos días. Cuando llego al portal me emociona su canto, su vida.
Y, ¿si tal vez yo llego a ser uno de esos ángeles? ¿No puedo acaso yo cuidar a los que más necesitan mi protección en estos días? Un ángel de la guarda, un ángel que acompaña.
Un ángel con un nombre propio y una misión concreta. Un ángel que permanece activo siempre vigilando el andar de los que amo, para que no teman, para que no les suceda nada malo.
Sí, quiero ser un ángel con palabras suaves, con luz al llegar, con una mirada que acepta y comprende. Es lo que más quiero en estos días de invierno. Cuando se acercan mis pasos presurosos a Belén.
Quiero ser un ángel. Me gusta anunciar buenas noticias. No siempre lo hago. No siempre hablo bien. El otro día me decía una persona: “Yo es que soy muy maldiciente. Sólo digo maldiciones”.
Me llamó la atención este pecado tan común en el hombre que maldice, que habla mal de otros, que agrede con palabras hirientes, que tiene el corazón sucio de odio y rabia.
No quiero yo maldecir, sino bendecir. Quiero hablar bien, quiero decir palabras bonitas llenas de esperanza. Quiero alabar a los hombres que encuentro en el camino. Los admiro por sus obras, por la verdad de su corazón.
Quiero ser un ángel que siempre lleve buenas noticias a este mundo enfermo. Pero veo que, en lugar de dar alegría, provoco tristezas y llantos. Traigo oscuridad y creo a mi alrededor una atmósfera de pantano. No lo quiero.
Quiero velar junto a los que amo dándoles un poco de esperanza, de vida, de luz en medio de la noche.
Conozco a algunas personas en mi vida que son ángeles. Dios las ha mandado para vigilar mis pasos, para sostener mis penas, para llenar de vida mi dolor. Creo en la bondad de esos ángeles que recorren mi mismo camino. Leía el otro día:
“Pensar en la bondad humana. Hay gente muy buena en el mundo. Gente capaz de grandes cosas por los demás, por ideales nobles, en beneficio de toda la humanidad o de las personas que le rodean”.
Creo en esas personas buenas porque las conozco. Tienen nombre. Vuelven a aparecer a mi lado. Existen. No se han extinguido entre tanta maldad y suciedad del mundo.
Guardan no sé bien cómo una inocencia genuina, original, sagrada. Y tienen en su alma una pureza que nunca ha sido herida. No sé cómo lo hicieron para mantenerse vírgenes en un mundo que ensucia y hiere.
Quiero también yo tener vocación de ángel. Caminar en medio de los hombres repartiendo alegrías. Anunciando que Jesús está vivo, que ha nacido. Que la paz es posible. Y que no todo es mentira.
Que hay corrupción es cierto, también en la misma Iglesia. Y hay pecado, y sufrimiento. Y oscuridad cuando cae la noche. Pero no importa. Sigue siendo más fuerte el color del cielo. El olor de Dios en la piel que sufre.
Sigue habiendo más luz en el canto de los ángeles. Y sus obras, siempre benditas, dan unos frutos que todo lo transforman.
¿Cómo no voy a creer en los ángeles que caminan a mi lado casi sin que yo los vea? Sí, creo en ellos. Y creo en su poder. Y sé que en sus palabras me habla Dios. Y desvela en sueños lo que tengo que hacer y cómo tengo que vivir.
Cambian el mundo con sus pasos serenos. Y parece que la luz naciera con su canto. Y el cielo se viste de luces que todo lo transforman. Reina la paz infinita. Y mis dolores parecen ya calmados. Con sus pasos sencillos en medio de mis entrañas.
Creo en ellos. Y creo en mí. Yo puedo ser ángel si me lo propongo. Si me dejo hacer en las manos de María. Si me penetra una luz nueva que no es mía, sino de ese Dios que quiere hablar en mis labios y sanar en mis manos heridas. Y me devuelve la inocencia perdida. Y siembra en mis obras una luz eterna que yo no poseía.
No me lo creo, pero veo a mi paso surgir plantas nuevas. Semillas que mueren para dar fruto. Sencillamente eso. Quiero ser ángel en mi noche de invierno. Y dejar que el calor penetre hasta mis huesos.
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