El Padre Pío, en 1913, le escribió a un padre espiritual sobre los tiempos oscuros que a veces pasaba, diciendo: "las dolencias físicas y espirituales conspiran juntas para atormentarme".
El santo explica cómo estas experiencias afectaron drásticamente su oración, o mejor dicho, lo hicieron, incluso, incapaz de orar:
"Trato de formar un solo pensamiento sobre Dios -no puedo decir 'intento orar' porque sería ir demasiado lejos-, pero en mi estado actual eso es completamente imposible".
El Padre Pío habla de cómo se ve a sí mismo como "lleno de imperfecciones" y se queda sin coraje, sintiéndose "muy débil" en virtud y "resistiendo los ataques del enemigo".
"Entonces me convenzo más que nunca de que no sirvo para nada".
"Una profunda tristeza se apoderó de mí, y el horrible pensamiento que cruzó por mi mente podía engañarme sin saberlo. ¡Solo Dios sabe la tortura que es para mí!"
La certeza de la confianza
Sin embargo, el Padre Pío continuó esta descripción de sus tormentos con una afirmación interesante. Él dijo que, a pesar de lo que describió como sus sentimientos, estaba seguro de que no estaba ofendiendo a Dios más de lo habitual. ¿Y por qué dijo esto?
"Cuando estoy en este estado, lo que puedo decir con certeza es que no ofende a Dios más de lo habitual porque, gracias a Dios, nunca pierdo mi confianza en Él".
El Padre Pío dijo que la próxima vez que recibiera una "visita" del Señor, incluso su sufrimiento físico disminuirá.
"Mi mente se llena de luz, siento que mi fuerza y todos mis buenos deseos reviven nuevamente, e incluso siento un gran alivio de mis dolencias físicas".