La conmovedora historia de una joven promesa del tenis que abandonó el circuito profesional para dedicarse a los demás y convertirse en religiosa
Andrea Jaeger estaba llamada a convertirse en una de las grandes figuras del tenis femenino. Martina Navrátilová fue su gran rival en la pista y podría haber llegado tan alto como ella. Pero el destino le deparaba una vida muy distinta.
Andrea Jaeger nació el 4 de junio de 1965 en Illinois. Desde muy pequeña demostró tener grandes dotes para la raqueta y pronto se convirtió en una de las jóvenes promesas del tenis en los Estados Unidos.
Sus largas y rubias coletas se hicieron habituales en las pistas de todo el mundo.
Con tan solo catorce años, Andrea Jaeger se convirtió en una profesional y en poco tiempo acumuló varios títulos, llegando a ser la número dos del mundo.
Grandes competiciones como Roland Garrós, Wimbledon o la Masters Cup disfrutaron de la técnica y la fuerte personalidad de la joven promesa con un futuro prometedor en el mundo del deporte.
Por eso cuando en 1987, con tan solo veintidós años, dio a conocer su decisión de colgar la raqueta para siempre, los aficionados al tenis quedaron consternados. Podría haber llegado muy lejos pero tenía otros proyectos en su vida.
La decisión de Andrea fue en parte motivada por una fuerte lesión en el hombro. Lejos de hundirse, vio en aquel imprevisto una oportunidad para dedicarse a lo que realmente deseaba, ayudar a los demás.
Tras dejar las pistas de tenis, Andrea Jaeger se matriculó en la universidad para estudiar teología. Ella misma lo explicó en su libro Primer servicio: Siguiendo la llamada de Dios y encontrando una propuesta vital, publicado en 2004:
“Mientras deambulaba a través de los años con oraciones y búsquedas constantes, me di cuenta de que Dios estaba orquestando cada momento de mi propósito y llamada: proteger y ayudar a los niños.”
El dinero que había ganado como deportista supuso el punto de partida para un proyecto filantrópico, la Silver Lining Foundation, una organización de ayuda a los niños enfermos de cáncer.
Muchos de sus antiguos compañeros en la pista de tenis se convirtieron en donantes destacados para las causas de Andrea, entre ellos Pete Sampras, Andre Agassi o John McEnroe. A este último le dedicó unas bonitas palabras de agradecimiento en su libro:
“Gracias por ser un luchador, un contribuyente, un amigo y una gran voz para que las personas donen y apoyen a la Silver Lining Foundation”.
Sin duda estas celebridades fueron importantes embajadores de las causas solidarias de su excompañera.
Además de su incansable labor de ayuda a los enfermos, Andrea maduró durante mucho tiempo sus sentimientos y su fe:
“La idea de Dios, envuelta en el misterio, evoca una multitud de opiniones y creencias. Para aquellos que buscan apasionadamente el corazón de Dios, la verdad es simple y fácil de descubrir: Dios existe. Siempre he sabido esto, y al escribir este libro descubrí cuán intrincadamente está entrelazada en la vida de creyentes y no creyentes por igual”.
En todo ese tiempo se dedicó en cuerpo y alma a labores filantrópicas y nunca se casó.
En 2006, cuando había superado los cuarenta, decidió dar un paso más en su vida y tomar los hábitos para convertirse en la hermana Andrea.
Cuatro años después, decidió regresar a la vida laica porque, como ella misma explicó en una entrevista a Aleteia Francia, “mi asociación para ayudar a niños enfermos me lleva mucho tiempo, es imposible conciliar las dos vidas. Ahora me levanto a las 5 de la mañana para orar, leer la Biblia, ir a la iglesia, pero ya no soy oficialmente una monja”.
En la actualidad, Andrea Jaeger dirige la The Little Start Foundation, una organización en la que ha invertido millones de dólares y grandes esfuerzos para cumplir con aquello que un día sintió que era su destino en la vida: ayudar a aquellos que más lo necesitaban.
Su breve experiencia como tenista de élite le sirvió para alcanzar otro objetivo aún más grande: “Dios me estaba preparando, no para una gran victoria en la pista de tenis, sino para un propósito mayor”.
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