Inteligente y prudente, se sabe que su voz fue decisiva al rechazarse la adopción de un modelo monárquico para el naciente Estado independiente
Este 9 de julio se conmemora la declaración de Independencia de las Provincias Unidas de Sud América del Reino de España, conocida como la declaración de Independencia argentina.
En la ciudad de Tucumán, 29 representantes de las provincias firmaron aquella acta, ilustres delegados, hombres formados y de virtudes, reconocidos por sus pueblos que confiaban en ellos. Ante sí asumieron la responsabilidad de concretar el inicio del camino independiente que había comenzado a proyectarse el 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires.
De los 29 firmantes de aquella Acta, once eran sacerdotes. Otro sería ordenado sacerdote luego de enviudar. Y de ellos, tres llegaron a ser designados Obispo. Entre ellos, Fray Justo Santa María de Oro, uno de los hombres más importantes en la conformación del Estado Argentino.
Justo de Santa María de Oro y Albarracín había nacido en San Juan de la Frontera el 5 de septiembre de 1772. De niño, el estudioso Justo se destacó entro los jóvenes de su ciudad, y canalizó su inquietud religiosa profesando en la Orden de Predicadores poco antes de cumplir los 18.
Continuó su formación en Chile, donde fue ordenado sacerdote poco después de cumplir los 22 años. En paralelo, mientras iba destacándose como teólogo dentro de su orden, e incluso llegaría a ser prior de la comunidad de dominicos recoletos en Santiago, en Sudamérica comenzaba a gestarse la revolución independista que cortaría los lazos sudamericanos con la monarquía española.
Fray Justo no fue ajeno a los movimientos que comenzaban a tomar mucha fuerza a ambos lados de la cordillera. Tras regresar de Europa de un viaje en el que buscó consolidar proyectos de la Orden, apoyó la revolución en Santiago, fue deportado de regreso a Cuyo, donde continuó colaborando con el anhelo independiente. El apoyo de los dominicos, así como en el norte, sería decisivo en el armado del Ejército de los Andes, que tiempo después llevaría adelante bajo el mando del General José de San Martín una de las mayores proezas de la historia militar americana: el cruce de los Andes.
Pero antes de aquel acontecimiento, decisivo para la Independencia argentina y chilena, Fray Justo fue elegido diputado para el congreso de Tucumán. “Soy el hombre menos político del mundo”, pero “yo amo a mi Patria más que a mí mismo, así me he sacrificado y me sacrifico”, escribió en una ocasión.
Sus intervenciones en el Congreso son evocadas aún hoy. Inteligente y prudente, se sabe que su voz fue decisiva al rechazarse la adopción de un modelo monárquico para el naciente Estado independiente. No porque se opusiese, sino porque su visión era que una decisión de tal naturaleza debía consultarse previamente a los pueblos. También promovió la declaración de Santa Rosa de Lima como patrona de América y protectora de la Independencia de Sudamérica.
No continuó su labor parlamentaria en los cimientos del país debido a que el Congreso se mudó a Buenos Aires, y Fray Justo promovía la importancia del federalismo y las provincias para este tipo de reuniones. Desde entonces, desde Chile y Argentina fue decisivo para la conformación de la familia dominica en un nuevo escenario político, y también para la Iglesia en general.
Ya en 1828 fue designado Vicario Apostólico de San Juan de Cuyo, y fue ordenado Obispo. La sede fue elevada a Obispado en 1834, la primera después de las históricas Córdoba, Buenos Aires y Salta, y fue designado su primer Obispo. Al inicio del caminar de esta Iglesia local dedicó sus últimos años Justo de Santa María de Oro y Albarracín, hombre que se sirvió a la naciente patria argentina y a la Iglesia por entero.
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