Antes de convertirse en Papa, san Pío X fue un humilde párroco que fue más allá de sus deberes para servir a su pueblo. Fue durante una epidemia de cólera cuando su corazón amoroso se mostró claramente, ya que hizo todo lo que pudo para ministrar a su pueblo.
En una biografía, titulada "La vida de Pío X", Frances Forbes señala la forma heroica en que pastoreó a su pueblo durante un brote mortal.
San Pío X nunca abandonó a su rebaño y se quedó con ellos en la epidemia. Se aseguró de que fueran enterrados con gran dignidad. Era un momento en que los funerales solo se permitían junto a la tumba, con una estricta restricción de asistencia.
Su salud se resintió por atender las necesidades de sus fieles, pero eso no lo detuvo. El obispo le ordenó que descansara a causa de su labor en la epidemia, pero san Pío X puso su salud en manos de Dios.
Este extraordinario cuidado por los demás continuó durante el resto de su vida. Nunca vaciló en su deseo de atender las necesidades de los que estaban sufriendo.